JOSÉ M. DE AREILZA-EL CORREO

  • Trump termina su agitado mandato con esta grave equivocación táctica y no solo ahondando en la barbarie con la que ha desprestigiado la democracia norteamericana

Es posible que Donald Trump piense que ha ido demasiado lejos en la incitación a la violencia contra unos resultados electorales adversos, que empeoraron ayer tras el desempate del Senado en Georgia, favorable a los demócratas. A las cuatro horas del asalto al Congreso por los manifestantes que había convocado en Washington para protestar contra la certificación de las votaciones del Colegio Electoral, el aún presidente decidió condenar la insurrección y pedirles que se fueran pacíficamente a sus casas, un «go in peace» de ribetes sarcásticos. Las imágenes entre grotescas y horribles emitidas en todo el mundo, la sensación de pérdida de control, el soberbio discurso de Joe Biden reclamando la intervención del todavía presidente, fueron los elementos decisivos para esta rápida rectificación de rumbo. Por supuesto, hasta en la alocución de Trump el centro de todo fue él, cómo los demócratas le han robado las elecciones y lo saben, lo que ama a sus militantes, etc. Es difícil modular las acciones de unos seguidores insurrectos que revientan las reglas del juego cuando se es todavía presidente de Estados Unidos, constreñido por los pesos y contrapesos institucionales.

El vicepresidente Mike Pence ayer se distanció para siempre de Donald Trump, se negó a hacer trampas en el Senado con los votos y coordinó la reacción de las fuerzas armadas y de seguridad sin contar con su superior, origen del problema. En las democracias de todo el mundo la reacción fue de pena y estupor, mientras que los países con regímenes autoritarios vieron lo sucedido como un regalo para la propaganda antinorteamericana. Trump termina su agitado mandato con esta grave equivocación táctica y no solo ahondando en la barbarie con la que ha desprestigiado la democracia norteamericana. A partir de ahora la guerra civil abierta en el partido republicano tiene muchas más posibilidades de ganarla el bando moderado, que suma adeptos a toda velocidad, pero que aún carece de un líder creíble. El trumpismo podría incluso llegar a escindirse de esta formación y convertirse en un movimiento autónomo, abiertamente antisistema, que se sitúa contra los partidos tradicionales, baluartes de un sistema corrupto y decadente.

La gente contra la elite, lo nuevo contra lo viejo, las recetas sencillas para abordar problemas complejos, el liderazgo mágico de los hombres fuertes y las culpas siempre dirigidas al enemigo externo, en fin, el libreto gastado y peligroso del populismo que tan bien conocemos a este lado del Atlántico.

José M. de Areilza es doctor en Derecho por la Universidad de Harvard, Secretario General de Aspen Institute España, miembro del Colegio de Abogados de Nueva York y profesor de ESADE.