Cayetano González-Libertad Digital
Carlos Iturgaiz representa perfectamente los valores que en su día hicieron del PP vasco un referente moral en toda España.
Cuando hace año y medio Pablo Casado llegó a la presidencia del PP, tras derrotar en las primarias a Dolores de Cospedal y a Soraya Sáenz de Santamaría: ese hubiese sido el momento procesal oportuno para tomar medidas drásticas en el País Vasco, donde en los últimos doce años, con Antonio Basagoiti, Arancha Quiroga y Alfonso Alonso al frente, había perdido dos de cada tres votantes –de 300.000 a 100.000–, porque estos habían percibido que el PP ya no era un partido útil para ser el dique de contención y la alternativa al nacionalismo obligatorio del PNV.
No hizo nada entonces Casado –al que es evidente que en algunos momentos le cuesta tomar decisiones que afecten a personas–, y los resultados de esa inacción están a la vista. Desde que Íñigo Urkullu convocó hace dos semanas elecciones autonómicas para el próximo 5 de abril, se ha vivido un auténtico esperpento entre la dirección del PP vasco y la nacional. Esta última no quería ni en pintura que Alonso fuera el candidato a lehendakari; la prueba más evidente es que hace dos semanas –el propio Alonso lo ha contado a todo el que ha querido oírle– Teodoro García Egea le ofreció la presidencia del Canal de Isabel II en Madrid, como una forma de sacarlo del País Vasco. Ha tenido que ser el pulso que el ya expresidente del PP vasco ha echado a Casado con motivo de los términos de la coalición con Ciudadanos lo que ha precipitado y forzado su descabalgamiento y sustitución por Carlos Iturgaiz.
La gestión de la crisis en la que está inmerso el PP vasco desde que María San Gil se fue a su casa en mayo de 2008, por su profundo desacuerdo con las políticas de Rajoy referidas al nacionalismo y a la lucha contra ETA, ha sido nefasta por parte de la dirección nacional. Pero la solución alumbrada a última hora, en la tarde de un domingo, ha sido buena, ya que Carlos Iturgaiz representa perfectamente –al igual que Jaime Mayor Oreja o María San Gil– los valores que en su día hicieron del PP vasco un referente moral en toda España, y no solo para los votantes de ese partido, sino para muchos españoles que eran conscientes de que los que entonces estaban en la primera línea de la batalla por la libertad y la democracia en el País Vasco –con ETA matando a concejales populares y socialistas como a conejos– eran unos auténticos héroes. Lo cual no excluye que los dirigentes vascos del PP de estos últimos años –Alonso, Oyarzabal, Semper, Basagoiti, Quiroga, Damborenea, Maroto–, que han llevado a su partido a una posición irrelevante en la política autonómica, no fueran también personas comprometidas en la lucha por la libertad.
Iturgaiz, que ha dejado lo mejor de su vida por defender esa libertad en su tierra natal, tanto de la barbarie etarra como del nacionalismo excluyente, tiene por delante y a corto plazo una tarea muy complicada. El constitucionalismo en el País Vasco –y en este grupo no figura ya el PSOE, que es el tonto útil del PNV en Vitoria, y de Bildu en Navarra– está bajo mínimos. La aportación de Ciudadanos en términos de votos será insignificante. Y además Vox –partido al que el nuevo candidato a lehendakari ha hecho ya un expreso guiño de acercamiento– le quitará votos a esa coalición, sobre todo en Álava.
Pero la tarea de reconstrucción del centro-derecha en el País Vasco tiene que ir más allá de los resultados del 5 de abril, que, en la lógica de los hechos, no serán buenos. Casado, Iturgaiz y todos los que quieran arrimar el hombro tienen que conseguir que votar al centro-derecha vasco y español vuelva a ser una opción percibida como útil por los electores vascos. Porque de lo contrario el PNV se seguirá llevando los votos de todos aquellos que, no siendo nacionalistas, prefieren votar al partido de Ortuzar antes que ver a Otegui en Ajuria-Enea.
Se ha perdido un tiempo precioso en empezar a reconstruir ese espacio electoral en el País Vasco, pero la primera decisión que se ha tomado con la designación de Iturgaiz va en la buena dirección.