Arcadi Espada-El Mundo

Mi liberada:

Pasadas las cinco de la tarde, subía a la tribuna de oradores el portavoz nacionalista vasco Aitor Esteban Bravo y abría con impostación jactanciosa su discurso: «Esta mañana he visto las portadas de los medios de comunicación que decían: ‘En manos del Pnv’. ¿En serio? ‘En manos del Pnv’. Pues vaya con la gran nación española. Qué incapacidad de llegar a acuerdos». Hablaba el portavoz a la nación española desde la extraterritorialidad, cumpliendo así con la más acendrada ilusión de los nacionalistas vascos o catalanes, que es la de no ser españoles. Pero el portavoz Esteban, como otros tantos, es español por su pluricentenaria incapacidad de ser otra cosa. Y la primera ser vasco: eso que tanto anhelaría que constara en algún papel del que no dispone. De ahí que, a pesar de sus ilusiones, estuviera hablando en la tribuna del parlamento español, ejerciendo como diputado español y colaborando decisivamente a la formación de un nuevo gobierno español. Éste es el drama básico de los antiespañoles, por el que tanto me apenan. Uno puede ser anticomunista, antifascista o antinacionalista, desde fuera del mal. Pero solo se puede ser antiespañol siendo español, y ésa es la razón de la mueca torcida del nacionalismo y de la patética jactancia con que tipos como el portavoz Esteban intentan disimular su permanente condición humillada. Qué incapacidad de llegar a acuerdos, la de la gran nación española, continuaba. La imprudencia es otro grave rasgo de los ilusorios. La incapacidad del acuerdo. Lo estaba diciendo el portavoz de un partido político que ha gobernado por sí mismo o persona delegada la comunidad autónoma vasca durante todos los años democráticos. Y donde su gobierno ha coincidido en el tiempo con la actuación de una banda de delincuentes políticos que asesinó a 857 personas, hirió a millares, secuestró por docenas y ahuyentó a decenas de miles, entre otros infinitos desmanes morales, políticos y económicos. Y cuya derrota no advino por la probada capacidad esteban(ez) de llegar a acuerdos, sino por la fuerza del Estado que rige la gran nación española. El portavoz no se limitó a hablar, naturalmente. Actuó. En sus hechos el cinismo desalojó a la ilusión. Pocos días antes, el Pnv había dado su acuerdo a los presupuestos presentados por el Partido Popular. Como otras veces en que sus votos españoles fueron decisivos, había obtenido notables beneficios económicos. No debe de haber precedentes de un acuerdo presupuestario con un gobierno que entrañe el derribo de ese gobierno a los pocos días. El portavoz no tenía mayor problema en reconocer, incluso, que el hecho esgrimido por la moción de censura –la sentencia sobre una parte de la Gürtel– no tenía valor objetivo, pero que la opinión pública lo había percibido como una incapacitación taxativa. Se adhería el portavoz a la doxa trumpiana de que la opinión es el hecho alternativo. De que la opinión elige las verdades en pugna. Y que, en consecuencia, es la opinión, y no la verdad, el motor de la acción política. Venía a decir el portavoz que la corriente les había arrastrado y que la antiespaña exigía apoyar la moción. El portavoz no tuvo réplica ni en lo que dijo ni en lo que hizo. Obviamente no iba a replicarle el candidato Sánchez Castejón. Tampoco lo hizo el presidente del Gobierno, que hasta el último segundo de su intervención se cuidó mucho de no herir los sentimientos vascongados, por si no culminaban su apuñalamiento. Ni siquiera Albert Rivera se ensañó en la manera debida: al fin y al cabo había formado parte con el Pnv de la mayoría que había aprobado los Presupuestos. Un erróneo gesto de la vieja política: entre Ciudadanos y el Pnv no debe haber mayor posibilidad de coincidencia política que entre el Psoe y Bildu. Y las dos acaban de consumarse en España.

Lo cierto y sabido es que el Pnv seguirá disfrutando de los 500 millones donados por el Pp y al mismo tiempo, con su apoyo a Sánchez, habrá mordido higiénicamente la mano que le dio de comer. Habrá alejado, además, el adelantamiento electoral, erosionando las posibilidades de Ciudadanos y aun es probable que le presente a Sánchez nuevas cláusulas del racket.

De este relato se infiere lo indiscutible y tan aventado: el Partido Popular ha de pedir perdón a los españoles por su corrupción. Por la única que le afecta íntegramente como organización y que no solo corresponde a sujetos privados. La única, que extendida en el tiempo, llega hasta nuestros días. Y que se resume en la aceptación de la discriminación territorial entre españoles para mantenerse en el poder. De ahí que, en efecto, el PP no solo haya de pedir perdón, sino que haya de iniciar también una regeneración implacable. El camino de la regeneración tiene una primera caída, en el Senado. Esa lujosa cámara, de segunda lectura, así llamada, como si leer en política fuera separable de la acción, se ha especializado en lo simbólico a falta de otra utilidad. Por eso el Pp ha de rectificar en el Senado los presupuestos, en aquellas líneas obligatorias de su pacto, ya traicionado, con el Pnv. Y ha de hacerlo explicando a los ciudadanos que, en efecto, cayó en la tentación del dinero fácil y del dopaje político. Y comprometiéndose a que esa conducta no se repetirá, porque ya se ha visto, como explica la flagrante toma de posesión de Pedro Sánchez, que un último escalón de populistas, xenófobos, golpistas y exasesinos puede llevarte al poder. Da lo mismo que el Pp ampare su conducta en el clásico y grave latinajo: Pacta sunt servanda. O en ese presagiado renacimiento viril que puede y debe decirse en catalán: «Cornut i pagar el beure»; o en catalán de Valencia: «Damunt de cabró, a la presó» o en castellano: «Además de cabrón, apaleado». Hasta razones patrióticas podría invocar: la principal amenaza para el crédito español no son unos presupuestos prorrogados, sino la noticia que daba ayer la fiable prensa socialdemócrata según la cual Ábalos (claro) y Calvo (claro) van a ser las figuras clave del nuevo gobierno. La iniciativa tendría efectos políticos que pueden concentrarse en la incalculable belleza de una negociación social y territorial entre el partido Podemos y el Pnv. En el más limitado de los casos supondría el ejercicio de un benéfico filibusterismo. Porque el filibusterismo político en todas sus modalidades es el método que debe guiar la actividad de la oposición para limitar la capacidad ejecutiva del nuevo Gobierno, a la espera de que el pueblo español con su infalible demos se atreva a sancionar la clave Ábalos Calvo. Dado que el Congreso y la mayoría cacofónica tendrían la última palabra, puede que los presupuestos se aprobaran en su actual estado. Pero aun reducida a lo simbólico, la maniobra daría cuenta, como he dicho, de la firme, decidida e irrevocable voluntad del Pp de combatir la corrupción.

Y, sobre todo, y complaciendo al inconsciente del portavoz Esteban, añadiría un adjetivo veraz, inhabilitante y sartriano a la posibilidad de que España estuviera otra vez en las manos sucias del Partido Nacionalista Vasco.

Y tú sigue ciega tu camino

A.