Juan Carlos Girauta-ABC
- Cuando la teoría de la conspiración se apodera de un círculo de profesionales de la política, el suceso es memorable
Parece que la política interesa. Si a mí me gustara el fútbol, probaría con el balón, preguntaría por las estrategias y tácticas al uso, por la evolución histórica del juego, las dimensiones no deportivas que lo acompañan, etc. Por eso, con toda humildad, sugiero a los numerosos seguidores de los asuntos públicos que empiecen a dedicar unos minutos al día a este ejercicio: reflexionen sobre una situación determinada (qué sé yo, las próximas elecciones madrileñas) aplazando el juicio, conteniendo filias y fobias.
Si no pueden hacerlo, entonces no es la política ni la cosa pública lo que les atrae, sino la búsqueda de chivos expiatorios, algo tan arraigado que ya es pura pulsión. Porque, incluso cuando nuestros juicios precipitados son favorables a alguien, la buena disposición solo disfraza o prepara el apuñalamiento ritual de otro. Alabo a X para denigrar a Y.
Con esto no invito a una actitud de «Viva la gente, la hay donde quiera que vas», ni mucho menos. De hecho, es un imperativo denigrar a los criminales de la política, a los que han llegado a ella a través del crimen, a los que la usan como taparrabos de negocios vergonzosos. Solo llamo a tomarse un rato de frío análisis cada día. Parece que no sea nada, pero en realidad lo cambia todo. Al poco, uno deja de hablar sobre política como un hooligan -algo tan propio de catedráticos, neurocirujanos y premios Nobel-, y pasa a hacer observaciones de importancia.
En fin, proceda cada cual como crea conveniente. ¿Quién soy yo? Solo alguien que ha tenido ocasión de oír mil comentarios políticos diarios y ver que apenas un par merecían atención. Venían de personas de cualquier condición que se habían tomado la molestia de aplazar su juicio un rato, pensar y extraer alguna conclusión genuina. Lo contrario de pensar no es no pensar. Bueno, sí lo es en pura lógica formal, pero no lo es. Lo contrario de pensar (huelga añadir ‘por uno mismo’) es achacarlo todo a conspiraciones.
La conspiración es muy agradecida porque te ahorra un montón de tiempo. Es un comodín formidable… salvo que te respetes a ti mismo, utilices el don de la inteligencia que en mayor o menor grado te ha dado Dios, y reconozcas la complejidad del mundo. Hay otra vía para deshacerse de la mentalidad conspiranoica, pero no sé si se quedará en boutade. La ofreció Borges. No cito fielmente porque ahora mismo tengo que ir al barbero y no tengo tiempo de buscar el pasaje, pero la tesis del libresco semidiós argentino era más o menos así: las conspiraciones nunca funcionan porque una vez diseñadas exigen que alguien trabaje.
Cuando la teoría de la conspiración se apodera de un círculo de profesionales de la política, el suceso es memorable. Sé que en una Ejecutiva, por ejemplo, el conspiranoico no aporta nada y todo el mundo espera que se calle. Paro, ¿qué pasa cuando una Ejecutiva entera cae en esa comodidad mental, en ese trastorno?