JON JUARISTI, ABC – 26/10/14
· PROVERBIOS MORALES. Con Ramiro Pinilla desaparece uno de los mejores novelistas españoles contemporáneos.
No hay duda de que Ramiro Pinilla ha sido un buen escritor con mala suerte, si bien, habría que matizar, con una mala suerte relativa. Otros tan buenos como él la tuvieron bastante peor. Pinilla pasó por breves períodos de éxito y por prolongadas fases de oscuridad y fracaso, debidos en parte al azar, en parte a algún penoso incidente familiar, en parte a problemas de salud, y también, sería absurdo ignorarlo, a iniciativas personales tan conmovedoramente ingenuas como desatinadas.
Así, por ejemplo, su tentativa de mantener una editorial marginal – Libropueblo (denominación que parece sacada de un poema de Celaya)– a través de la cual comercializó sus obras y las de algunos escritores amigos, durante bastantes años, a precios bajísimos y ruinosos. Pinilla fue víctima más de una vez de sus descubrimientos y de sus entusiasmos políticos. De un inicial anarquismo a lo Thoreau pasó al marxismo-leninismo, lo que no mejoró su escritura y lo arrastró, en cambio, a experiencias populistas como la mencionada, desalentando a sus editores de antaño, como Vergés, Lara y Tomás Salvador, que no eran precisamente de izquierdas.
La coherencia ideológica será todo lo loable que se quiera, pero por eso mismo resulta absurdo quejarse de sus consecuencias. En honor a la verdad, Ramiro se quejó menos que quienes decían admirarlo y explotaron sus malas rachas para arremeter contra terceros, como hizo Gregorio Morán en 2006, cuando me acusó de haber vuelto la espalda al novelista vizcaíno, que habría acudido a mí para editar su gran trilogía ( Verdes campos, colinas rojas) y al que yo ni siquiera habría mencionado en mis memorias, publicadas ese mismo año. Lo siento, pero no puedo asumir la responsabilidad de las desgracias de Pinilla. Para empezar, no soy ni he sido editor.
Cuando Pinilla me pidió ayuda, lo puse en contacto con mis editores de entonces (Espasa), a los que, pese a las encarecidas alabanzas que hice tanto del libro como del escritor y de su obra anterior, el manuscrito no interesó. Un error lamentable por su parte, porque Fernando Arámburu lo recomendó a los suyos (Tusquets), que lo convirtieron en un best-seller (resultado que me alegró y celebré desde este periódico). No mencioné a Pinilla en mis memorias por un motivo muy fácil de entender: apenas tuve relación con él, que, a su vez, nunca me mencionó en las suyas, ni siquiera para atacarme (cosa que sí hizo Morán). No solamente éramos de generaciones distintas. Tampoco teníamos interés mutuo en lo que escribíamos.
Sin embargo, entiendo que las novelas de Pinilla gusten a mucha gente, como las de García Márquez, otro autor que no me dice nada pero al que no niego –como tampoco a Pinilla– su condición de gran escritor. Quizás el acierto de García Márquez fue su desarraigo, el haberse ido de Colombia. Pinilla se quedó siempre en su Guecho natal, en Algorta, excavando el mismo filón temático, el de la ría de Bilbao y el capitalismo industrial y minero, que ya habían saqueado anteriormente dos excelentes narradores con pésima suerte: Manuel Aranaz Castellanos y Juan Antonio de Zunzunegui. El primero se suicidó a sus 50 años y al segundo la tribu literaria de su tiempo le puso una tóxica fama de gafe. Hoy es imposible encontrar sus libros.
Ojalá no suceda lo mismo con los de Ramiro Pinilla, pero la literatura sobre Bilbao (e incluso sobre el Athletic de Bilbao, tema que trataron los tres) parece acarrear una inexorable maldición sobre los que la practican. Así y todo, aunque no mencioné a Pinilla en mis memorias, porque no venía a cuento, nunca he dejado de encomiarlo como uno de los grandes escritores vascos y españoles de nuestro tiempo.
JON JUARISTI, ABC – 26/10/14