- El descalabro se anticipa generalizado para la economía europea y dos son las principales fuerzas que podrían tumbar el ya débil crecimiento: la actuación del BCE y la del siniestro Putin
Un vaticinio funesto y repetido en las últimas semanas extiende un manto de temor sobre la inminente evolución económica. El otoño y el invierno serían oscuros e inciertos, como se presentaba el reinado de aquel rey godo (Witiza). Y lo malo es que tanto se repite que, simplemente, la interiorización de este mal augurio podría producir, ya por sí mismo, un efecto negativo en el crecimiento económico.
El descalabro se anticipa generalizado para la economía europea y dos son las principales fuerzas que podrían tumbar el ya débil crecimiento: la actuación del BCE y la del siniestro Putin. Además, en nuestro caso, un gobierno con escaso acierto en su política económica no parece el mejor equipaje para afrontarlo.
Por lo que se refiere al banco central, parece claro a estas alturas que su actuación a lo largo de los últimos años ha tenido como denominador común el de llegar tarde. Lo hizo en la crisis de 2007, subiendo tipos a destiempo. Y luego tardando demasiado en iniciar una QE y prologándola un tiempo excesivo y de manera desaforadamente intensa. Ahora también ha empezado tarde a subir los tipos para luchar contra la inflación y todo apunta a que redoblará la intensidad para recuperar terreno (y para no contrariar a los alemanes). Así, subirá como mínimo otros 50 (y quizás 75) puntos el jueves próximo y continuará más adelante. El tipo de refinanciación del BCE, que es el principal, podría pasar así pronto del 0% hasta julio al entorno del 2%, o quizás más, lo que supone una subida considerable después de tantos años de laxitud monetaria. Además, aunque algunos ingenuos piensan que el BCE volverá a bajar tipos con rapidez, no lo creo así porque los efectos de la política monetaria no son inmediatos y la inflación no resulta fácil de domeñar.
Una situación como esa tendrá un claro impacto sobre la renta disponible de las familias endeudadas (sobre todo por los hipotecarios a tipo variable) y también sobre las empresas, algunas de ellas con serias dificultades.
El otro factor es el derivado de la guerra de Ucrania. Los rusos no han obtenido el éxito rápido que imaginaban al empezar la invasión y es probable que recurran a todos los medios posibles para mejorar sus posibilidades ante una eventual negociación. Y, entre ellos, está la utilización de los hidrocarburos, especialmente el gas. La escalada del precio podría seguir y quizás habría escasez de energía en Europa central y quién sabe dónde más. El efecto desfavorable de precio y cantidad sobre la economía europea sería ciertamente intenso, afectando más aún al crecimiento. No deja de ser probable una recesión. Que, técnicamente, se define como dos trimestres consecutivos con retroceso del PIB real. Y cada vez más bancos de inversión pronostican eso para países europeos importantes en el próximo otoño-invierno.
Crecimiento del PIB
En España todo apunta a que el segundo trimestre marcó el pico de crecimiento en la recuperación del PIB en esta fase. Para el tercero tenemos la estimación de la Airef que ya ve cierto retroceso trimestral, si bien con pocos datos aún. Y, si nuestros socios europeos sufren en el otoño y en el invierno, es evidente que no podremos librarnos de su impacto. Aparte de que, como antes decíamos, la repetición continua de que viene un desastre podría ser una profecía autocumplida, incitar al aumento del ahorro y acabar limitando por sí misma el consumo. O incluso la inversión.
En el dato de crecimiento del PIB español en 2022, la suerte ya está echada. Y, por mal que salga el segundo semestre, no nos vamos a alejar significativamente del nivel del 4% anual. Que “suena” alto, pero que es debido al efecto arrastre favorable del avance al final de 2021. En este engañoso 4% se apoyan algunos ministros para decir medias verdades, como que España crece más que sus socios europeos. Cuando la realidad es que somos el peor país de la eurozona en el nivel actual de PIB respecto al previo al covid.
En cualquier caso, en 2023 es probable que el efecto arrastre sea justamente el opuesto. Si en lo que queda de 2022 el crecimiento es escaso o incluso algo negativo, eso va a condicionar desfavorablemente el avance del PIB en 2023. Por ello, no sólo creo que la previsión de crecimiento de Calviño del 2,7% para 2023 va a cosechar el mismo nivel de acierto que las de 2021 o 2022 (ninguno), sino que estamos expuestos incluso a no tener crecimiento anual significativo.
En definitiva, las previsiones no son optimistas y el mero hecho de que se extienda el miedo y cunda el pesimismo todavía las agravan más. Es otro difícil entuerto para España que, aparte de que mejore el contexto internacional, necesita un cambio bastante radical de rumbo en su política económica. Pero, incluso aunque eso se produjera, no invitaría mucho a la alegría a corto plazo, porque las medidas necesarias deberían ser duras. Sólo más adelante veríamos su fruto.