DAVID GISTAU-El Mundo
PARA comprender cuán exagerados son los temores relativos a los estragos que el intervencionismo de Podemos puede causar en la economía, basta ver cuánto está animando una actividad industrial determinada: la de la fabricación de piolets. Las tiendas de montañismo no dan abasto para suministrar tantos piolets como el oficialismo necesita para zanjar por la vía Trotsky las traiciones que amenazan con reducir a un tamaño matrimonial aquella pandilla del veraneo utópico que se cogía de las manos y gimoteaba cuando sonaban los antiguos himnos guerrilleros. Podemos vive como enfrentándose todas las mañanas a la noticia de que Chanquete ha muerto. Cruel circunstancia aleccionadora después de la cual no queda espacio para el verano ni para la ingenuidad.
La última escisión en un proceso de deconstrucción más traumático que el de Pink Floyd es reveladora. Por tratarse el escindido de Ramón Espinar, un miembro de la formación original que encarna como pocos la impostura de la supuesta «juventud sin futuro» que sin embargo a corta edad ya había aprendido a especular mediante las ventajas facilitadas por un progenitor de la casta. No puede uno sino disculpar a Espinar cuando, sintiéndose culpable por los golpes que la vida no le ha dado, necesitó acreditarse ante el Pueblo fetén con una verdadera hipérbole: «Somos los hijos de los obreros a los que no pudisteis matar». Otra cuestión es a quién se refería porque, salvo Bildu, no hay en la política activa nadie más o menos vinculado moralmente a asesinos de obreros.
La traición de Espinar es significativa porque apenas hay dos o tres miembros más de Podemos que se le puedan comparar en cuanto a vocación servil con Iglesias. En las reyertas internas del partido, siempre estuvo con el padrecito, siempre le fue de utilidad instrumental para consumar purgas como la de Errejón. Y ahora él mismo, en un giro inesperado del personaje, se convierte en una contradicción por superar. Tampoco es que me interese mucho, pero dedicaré un rato de los próximos días a comprobar si la salida en tromba de Espinar se corresponde con un motín interno estructurado o si sólo se ha expuesto por su cuenta al pioletazo esta inteligencia que dice que Podemos son siglas. Aunque igual no lo veo. Porque, esta vez, los devotos de la transparencia dicen haber aprendido a ocultar sus reyertas como cualquier otro partido profesional. No paran de madurar.