FERNANDO VALLESPÍN-EL PAÍS

  • El divorcio de nuestros políticos con las necesidades objetivas del país es tal, que hay que hacer un esfuerzo mayúsculo para pensar que haya algún grupo con capacidad para representar al todo, a España en su conjunto

Les supongo enterados del último espectáculo al que asistimos el pasado jueves en el Congreso de los Diputados con motivo de la tramitación del decreto sobre el reparto y la gestión y gobernanza de los fondos europeos de recuperación. Lo que votaron unos y otros, cómo lo argumentaron, y el resultado final. Se ha dicho que todo responde a la inminencia de las elecciones catalanas, aunque yo soy más de la tesis de que hace tiempo ya que nuestros partidos políticos no saben el territorio que pisan y, por tanto, carecen de un guion consistente. Fuera, claro está, de lo que en cada momento consideran que constituye su propio interés. Su divorcio con las necesidades objetivas del país es tal, que hay que hacer un esfuerzo mayúsculo para pensar que haya algún grupo con capacidad para representar al todo, a España en su conjunto. Cada cual, perdonen la redundancia, acaba representando así a una representación caricaturizada de lo que considera que son sus electores potenciales o lo que creen que complacerá a sus mariachis mediáticos o a sus legiones online.

El resultado está a la vista. Ya apenas nos sirven esas cómodas distinciones como bibloquismo o Gobierno/oposición. Los bloques se cohesionan o dividen de formas cada vez más caprichosas hasta llegar a la apoteosis final del otro día: Vox otorgando al Gobierno la aprobación de su decreto. El PP, socio de Vox en tantas comunidades autónomas y ayuntamientos, tachándolo de traidor, cuando hace unos meses se desentendía de él. Vamos a ver, ¿estamos a setas o a Rolex? Y qué decir de una situación en la que la oposición está casi más dentro del Gobierno que fuera de él. ¿Habían oído alguna vez el caso en el que un miembro de un Gobierno amenace a otro ministro con hacerle una huelga general si no accede a sus pretensiones? Parece el comienzo de un chiste de Eugenio.

Esto es lo que se nos está representando a la perpleja audiencia ciudadana. Y ya no sabemos bien si nuestra democracia —teatrocracia, más bien— se inclina más hacia el teatro del absurdo, con esa mezcla de pesimismo profundo y humor grotesco, o al modelo de Pirandello, a actores políticos que ignoran si son actores o personajes, o si lo que representan se ajusta a alguna realidad o es pura ficción. El problema —para ellos— es que la ciudadanía sí sabe cuál es la realidad a la que se enfrenta y lo que está en juego. Y no está dispuesta a dejar que se frustren sus perspectivas para la próxima década por los irresponsables tacticismos de personajes políticos en busca del aplauso de los suyos. Porque resulta, además, que los suyos al final somos todos, y si no lo ven es que no han entendido nada de esta crisis.

Coda: Es imprescindible atribuir una responsabilidad especial en este desaguisado a los dos grandes partidos, PSOE y PP, que han renunciado a ejercer de eso que tanto presumen, ser partidos de Estado. Si no son capaces de ponerse de acuerdo en una mínima defensa del orden institucional, en el combate a la pandemia y en cómo gestionar los fondos europeos más vale que renuncien a tan pomposo título. Ya estamos curados de espanto.