En lugar de cerrar filas con el Gobierno en la negociación del secuestro del Alakrana, todo el mundo se ha lanzado a decirle lo que tiene que hacer sin tener más información que aquella que los piratas han querido que supiéramos.
Baltasar Porcel, en su columna de La Vanguardia del 14 de abril del 2004, escribió que el terrorismo islamista comprendía muy bien las sociedades occidentales y su sistema de medios de comunicación «y donde más nos golpea es en los efectos emocionales de la actualidad». Porcel constataba que, más que matarnos con sus bombas, lo que pretendían era «ocupar nuestro gran espacio mediático, la inmediatez que nos alimenta mentalmente, con lo que el miedo, el odio, el sentido de la culpabilidad y la tragedia invaden por entero todos los hogares y gobiernos».
Los somalíes que secuestran barcos pesqueros en el Índico no son, aparentemente, terroristas islamistas, pero actúan como si lo fueran y demuestran tener el mismo conocimiento de los mecanismos de nuestra sociedad que Porcel, con acierto, atribuía a los yihadistas. Los piratas que mantienen retenido al atunero Alakrana y a su tripulación han acreditado una capacidad para mover los resortes que permiten manipular la sociedad española que no la supera un doctorado en Ciencias Políticas o en Sociología. Ya quisieran los asesores electores de los partidos tener una capacidad parecida.
Los secuestradores han jugado sus cartas con maestría controlando las comunicaciones de sus rehenes con las familias, unas veces estableciendo el apagón total durante días, otras propiciando comunicaciones agónicas de los cautivos con sus familiares o con los medios de comunicación.
Los manuales periodísticos advierten de las cautelas que hay que adoptar ante las entrevistas con rehenes privados de libertad desde que en 1985 un grupo denominado Yihad Islámica secuestró en Beirut un avión de la TWA y vendió declaraciones e imágenes del piloto mientras un terrorista le apuntaba con su arma. La cuestión ha sido largamente discutida entre académicos e informadores, pero ninguna de las prevenciones que establece la doctrina para estos casos ha sido tenida en cuenta con los rehenes del Alakrana. Los familiares –a los que no hay nada que reprochar– han transmitido su angustia a los medios y a la opinión pública, arrastrando a la clase política. El secuestro se ha convertido en un reality show en el que nadie conserva la cabeza fría para alborozo de los secuestradores.
En esa situación no está de más expresar un voto de confianza en la gestión que están haciendo los diplomáticos y agentes de los servicios de inteligencia enviados por el Gobierno para negociar con los captores. Sólo ellos tienen plena información de los acontecimientos. Ellos tienen también la experiencia de los casos anteriores en los que han participado y de los que han vivido sus colegas de otros países con los que están compartiendo información y análisis.
En lugar de cerrar filas con el Gobierno en esta negociación, todo el mundo se ha lanzado a decirle lo que tiene que hacer sin tener más información que aquella que los piratas han querido que supiéramos.
Florencio Domínguez, LA VANGUARDIA, 11/11/2009