- Pactando con los partidos más estrafalarios del sistema (incluidos populistas, golpistas y filoterristas), Pánchez apaña una moción de censura que llama jocosamente «de la dignidad».
[Interior. Frente a la mesa de un productor cinematográfico, que escucha con aire severo, un guionista describe con entusiasmo la serie que le intenta vender].
«Es cine político, pero de enredo. Como si mezcláramos House of Cards con Los incorregibles albóndigas. Y, de hecho, a lo largo de toda la trama hay sutiles homenajes a otras películas.
El protagonista es Pánchez, un trepa guapo y moralmente discapacitado que desea medrar a toda costa. Ha puesto los ojos en un botín suculento: España. No el Banco de España: toda España.
Pánchez pretende acceder a los ingentes recursos que proporciona el poder político, y para ello ingresa en un partido. Pánchez sale con Begómez, hija de un magnate de la prostitución y propietario de varias saunas gais (la pareja es una síntesis de Bonnie & Clyde y Los Flodder).
Pánchez consigue ser concejal, y como es pintón tiene varios protectores en el partido.
En 2014 vislumbra una oportunidad para acceder a la secretaría general y, con trampas, como se descubrirá posteriormente, se hace con ella.
Pero dos años más tarde sus excentricidades provocan una revolución en el partido, y Pánchez, tras ser descubierto al intentar amañar otra votación detrás de una cortina, se ve obligado a dimitir.
No se rinde, y aparecen en escena sus secuaces. Ética y estéticamente son idénticos a los compinches de Toni Soprano cuando se reúnen en el Bada-Bing. Como ellos, son muy aficionados a los puticlubs.
Tras recorrer España en un coche (aquí la película se convierte en road movie), Pánchez vuelve a hacerse con el control del partido y procede a depurarlo mientras uno de sus secuaces se apresura a hacerse con el control de una empresa que regará con contratos públicos.
Pactando con los partidos más estrafalarios del sistema (y con los de fuera de él, incluidos populistas, golpistas y filoterristas), Pánchez apaña una moción de censura que llama jocosamente ‘de la dignidad’.
Dieciocho días más tarde, uno de sus bandoleros amaña su primera contratación. Lógicamente, la calidad democrática del país se deteriora rápidamente: Pánchez se ve obligado a reescribir el Código Penal a la medida de sus compinches, a los que riega con indultos.
La loca que ha nombrado ministra de Igualdad redacta una ley tan estúpida que, inadvertidamente, rebaja las penas a los delincuentes sexuales y los pone en la calle. ¡Es todo descacharrante!
El nivel profundo se desarrolla en torno al dinero que se están embolsando Pánchez y sus bandidos. Para conseguirlo, no se conforman con rapiñar España, sino que además se codean con autocracias a las que blanquean.
En concreto, el dinero fluye con el petróleo de una dictadura caribeña por mediación de un personaje siniestro que, en homenaje a los villanos de Chaplin, está provisto de cejas circunflejas.
Pero Pánchez tiene que disimular y envolver todo en una representación, un relato político para convencer a sus lanares votantes de que están embarcados en una emocionante lucha contra el fascismo: este es el segundo nivel, el superficial.
En estas llega una pandemia y los secuaces de Pánchez se ponen a hacer negocios con mascarillas y respiradores (por supuesto, la gestión sanitaria se convierte en un desastre). Pero su avidez y su imprudencia son tales que empieza a aflorar la corrupción.
No sólo se van asiduamente de putas, sino que las colocan en empresas públicas. Y las juergas que montan en paradores son tan colosales que Pánchez se ve obligado a prescindir de uno de sus camaradas.
La Guardia Civil comienza a investigar. Poco a poco el doble nivel se va desdibujando, y bajo el relato político comienza a vislumbrarse la red criminal.
Pánchez ha anticipado esa contingencia y ha puesto como fiscal general a otro compinche de la banda. Pero es tan chapucero que él mismo es llevado ante los tribunales. También ha conseguido controlar el Tribunal Constitucional: Pánchez espera, si la cosa sale muy mal, ser rescatado con nuevos indultos.
Pánchez convoca nuevas elecciones y, cada vez más desaforado, consigue la presidencia con los votos que le proporcionan unos delincuentes a cambio de una amnistía. Y, como se rodea de inútiles obedientes, no sólo degrada la democracia, sino el propio funcionamiento del país.
En poco tiempo, el ministro de Transportes consigue cargarse el funcionamiento de los trenes, y España se queda un día a oscuras por hacer experimentos con la red.
Con el tiempo, tres de los bandidos de Pánchez son detenidos por distintas corruptelas. También es procesada Begómez, e incluso el hermano de Pánchez.
Por el momento, el grueso del expolio, así como la participación directa del propio Pánchez, se mantienen ocultos. Para ello, incluso ha tenido que ceder un territorio a un sultanato vecino, que había espiado su móvil y accedido a la verdad.
Los últimos episodios muestran la desesperada huida hacia delante de Pánchez, que se ve obligado a anunciar cambios legislativos para poder colocar jueces afines y para que sea el fiscal general imputado quien controle las causas penales y la Guardia Civil.
A partir de ese momento, la película entra en una trepidante carrera contra reloj entre los jueces y policías que lo investigan, y Pánchez, que pretende controlarlos.
Hay dos finales posibles.
Uno, Pánchez se ve obligado a huir a un país sin tratado de extradición para evitar la cárcel.
Dos, Pánchez consigue desactivar a jueces y fuerzas de seguridad, convertir España en un país bananero, y seguir gobernando. En este último caso se podría preparar una segunda temporada.
¿Es o no es trepidante?».