LUIS VENTOSO – ABC – 08/04/17
· Recordar lo que fue ETA es un deber humanitario.
Alos diletantes exquisitos les aburre que se hable de ETA. Les parece un regodeo cansino en páginas amarillentas. Al entrañable progresismo buenista, al zapaterismo mental, le resulta carca recordar sus crímenes, porque toca «abrir un tiempo nuevo». Hoy ETA va entregar en Bayona unas pistolas oxidadas.
El PNV, que en esta tragedia nunca tuvo la brújula moral muy afinada, y los socialistas vascos, siempre acomplejados ante el nacionalismo, entonan la sinfonía de la amnesia bajo la batuta del jovial ex terrorista Otegui. Los 858 muertos de ETA se perderán la entrega de armas. Otegui es un político de americana. Txapote anda de permiso. Las personas que sufrieron el asesinato de los suyos no cambiarán hoy su rutina: como cada día se acordarán de un terror ciego que marcó para siempre sus existencias.
ETA nació en 1958, obra de un grupo de escindidos del PNV, y su objetivo fue convertir al País Vasco en una república socialista independiente mediante el empleo de la violencia. Desde el principio se percibió que su concepto de «guerra» era un tanto peculiar: su primera víctima fue una niña de 22 meses, Begoña Urroz, a la que mataron el 27 de junio de 1960, con una bomba en la consigna de una estación de tren de San Sebastián.
ETA perdió su campaña de cinco décadas contra España. Fue derrotada gracias a la policía y los jueces, la labor de los Gobiernos de González y Aznar y los héroes civiles que se atrevieron a mantener en público en el País Vasco unas ideas simplemente letales. También resultó clave que los periódicos que vertebran el País Vasco, los de lo que hoy es Vocento, mantuviesen los principios constitucionalistas con una reciedumbre sostenida y tranquila.
Paradójicamente, a ETA le dio la puntilla Bin Laden. El 11-S de 2001 fue tal barbaridad que liquidó toda coartada política para el terrorismo europeo, acabó con sus santuarios, con la repugnante asepsia de alguna prensa internacional ante sus crímenes. Aznar y Garzón aprovecharon con lucidez el cambio de clima para atacar el flanco civil de ETA. Aquello terminó con ella. En junio de 2002 se aprobó la Ley de Partidos. PNV, ERC y BNG votaron en contra. El buenismo se hacía cruces: «¡Va a arder Euskadi!». No pasó nada, salvo que se le cortó el oxígeno monetario a ETA y murió por inanición. PSOE y CiU apoyaron aquella ley que permitió ilegalizar a Batasuna. Ay, cómo se ha degradado el clima político español…
No sé si hoy ETA entregará la pistola con que Txapote, el del permiso, mató a Miguel Ángel Blanco, de 29 años. En la partitura de Otegui, esa que silban PNV y PSE, lo que hubo fue «un conflicto». La aportación de Blanco al conflicto consistía en que era concejal del PP en un pueblo, economista en una consultora y que le gustaba tocar la batería.
Txapote y dos secuaces aportaron un secuestro, dos días de agónica retención y un asesinato a sangre fría en un descampado. Lo sacaron del maletero de un coche, lo obligaron a arrodillarse con sus manos atadas a su espalda y Txapote, el del permiso, le descerrajó dos tiros a la cabeza. No se han cumplido todavía 20 años. ETA entrega unas pistolas. Solo existe una respuesta decorosa: recordar la sangre que las mancha.
LUIS VENTOSO – ABC – 08/04/17