Ignacio Camacho-ABC
- Sánchez sueña con el momento demiúrgico de presentarse ante el pueblo como benefactor supremo, sanador de enfermos
Para anunciar la factible, que no inminente, llegada de la vacuna sí está disponible el Gobierno. Los presidentes autonómicos se quejan de que en sus desesperadas reclamaciones de medidas de confinamiento no encuentran a nadie que se les ponga al teléfono. Pero cuando aparezcan los antígenos tendrán que conformarse con el papel subalterno de organizar la logística que no está al alcance de un ministerio hueco. Sánchez no va a compartir ese momento, el glorioso «Aló presidente» en el que se presentará ante el pueblo como el Gran Benefactor, demiurgo de la esperanza, sanador de enfermos, Supremo Pantócrator de la ciencia y del progreso. El sonrojante recibimiento que se organizó a sí mismo como portador de los fondos europeos resultará un ensayo modesto del montaje que puede desplegar a cuenta del ansiado remedio. Hasta entonces, que las comunidades se apañen con sus propios criterios. Él ya está exento incluso de dar explicaciones al Congreso.
Mientras no tengan un éxito que apuntarse, los gurús de Moncloa han decidido ignorar la pandemia. No más críticas, no más quebraderos de cabeza, no más protestas: allá se arreglen las autonomías como puedan. Tras el fracaso de primavera, el Ejecutivo adoptó la decisión estratégica de mutualizar el problema y dejar que la segunda ola rompiese sobre otras escolleras. Los dirigentes regionales se estrellan ante un muro de silencio e indiferencia; el decreto de alerta ni siquiera les permite ampliar los márgenes del toque de queda y han de recurrir al subterfugio de reducir el horario de bares y tiendas. El mapa de España es el de una cuarentena encubierta en un descalzaperros administrativo de fronteras internas. Y no funciona: las UCI se llenan, los sanitarios se desalientan y los muertos -más de cuatrocientos ayer- siguen acumulándose en una estadística siniestra.
Ante ese panorama inquietante, que amenaza la salud y asfixia la economía, el poder se limita a vender expectativas. La seña de identidad del mandato sanchista consiste en sustituir la realidad por un relato alternativo divulgado con la trompetería de su maquinaria propagandística. Unas veces se trata de simples mentiras, trolas que el flamante Comité de la Desinformación consideraría bulos negacionistas, y otras de señuelos especulativos o de ilusiones imprecisas. La vacuna es por ahora un placebo mental que sirve para crear un espejismo optimista, un horizonte ambiguo con el que mantener un clima de confianza en la proximidad de una salida. En los meses que faltan hasta que se materialice en solución efectiva va a enfermar y morir mucha gente todavía y van a cerrar muchos negocios que tal vez sobrevivirían si existiese un marco competente y ágil de gestión política.
Pero eso sí que es pensamiento ilusorio. Esta política no es más que tacticismo de vuelo corto, evasión de responsabilidades y sobre todo mucho, mucho autobombo.