Pensar en la posibilidad de convertir un incierto proceso de diálogo y negociación directa entre el Gobierno y ETA en un mecanismo para soslayar el desafío soberanista del plan Ibarretxe nada tiene que ver con la realidad sino, en todo caso, con una ficción política construida tras olvidar la verdadera naturaleza del terrorismo etarra.
Durante los últimos diez días el protagonismo alcanzado por el plan Ibarretxe tras su aprobación por mayoría absoluta en el Parlamento vasco ha sido velado por la irrupción del binomio Batasuna-ETA en la escena política.
Tras el voto favorable de Otegi y otros dos parlamentarios al plan del lehendakari, la izquierda abertzale se dispuso a capitalizar esa jugada, para lo que envió una carta al presidente Rodríguez Zapatero mientras que ETA hacía pública su coincidencia con la retórica de Batasuna. Los rumores sobre contactos y conversaciones entre medios gubernamentales y entornos radicales harían el resto.
El foco de la atención mediática dejó de fijarse por un instante en la tramitación del «nuevo estatuto político para Euskadi» para dar luz a lo que pudiera ser el anuncio previo a eventuales movimientos por parte del terrorismo etarra. Esto plantea una cuestión controvertida y en buena medida enigmática en cuanto a la relación que se establece -o que pudiera establecerse- entre el proyecto que alberga el nacionalismo gobernante y la forma que adopte el final de ETA.
Desde que en septiembre del 2002 el lehendakari Ibarretxe anticipó las líneas generales de su plan, la ratificación de éste mediante referéndum fue anunciada como un propósito que estaría condicionado a la previa «ausencia de violencia».
Según sus promotores, la consulta popular requeriría una situación en la que ningún ciudadano se pudiese sentir coaccionado respecto a su opción de voto. De ahí que la culminación de la agenda expuesta por Ibarretxe vendría condicionada por la disposición de ETA a favorecer dicho escenario.
En estos dos años el PNV ha ido aproximándose hacia la hora de la verdad de su proyecto soberanista mientras veía como la colaboración internacional en la lucha antiterrorista diezmaba las posibilidades de que los etarras tuviesen otra posibilidad que la de batirse en retirada.
El lehendakari ha continuado defendiendo su proyecto como una vía segura hacia la paz, a pesar de que cada día el logro de ésta asomaba más como efecto de la derrota policial de ETA que como consecuencia de un cambio cualitativo en la relación entre Euskadi y el resto de España.
En realidad, durante los últimos años se ha desarrollado un peculiar juego del palo y la zanahoria respecto al terrorismo, de forma que mientras el PP y el PSOE se encargaban de aplicar el primero -entre otras medidas mediante la promulgación de una nueva ley de partidos que condujo a la ilegalización de Batasuna-, el nacionalismo gobernante se ha ido aprovechando de los resultados de tan implacable estrategia para tratar de apuntalar una posición hegemónica en Euskadi gracias a la anulación política de la izquierda abertzale.
La representación parlamentaria de la izquierda abertzale propició el pasado 30 de diciembre que el plan Ibarretxe saliera adelante. La ilegalización de Batasuna contribuirá a que votos de la izquierda abertzale fluyan hacia la candidatura encabezada por Juan José Ibarretxe en las próximas autonómicas.
No parece que las cosas puedan madurar en ETA y en sus aledaños tanto como para que en dos meses la izquierda abertzale logre hacerse con un sitio en la legalidad. Pero más impensable resulta que -como al parecer imaginan algunos dirigentes socialistas- pudiera abrirse antes o después de las elecciones autonómicas un proceso de diálogo y negociación con ETA y Batasuna protagonizado por el Gobierno central que acabara arrancando a la izquierda abertzale de las raíces que la mantienen vinculada a un destino compartido con el resto del nacionalismo.
Pensar en la posibilidad de convertir un incierto e inédito proceso de diálogo y negociación directa entre el Gobierno y ETA en un mecanismo para soslayar el desafío soberanista que representa el plan Ibarretxe nada tiene que ver con la realidad sino, en todo caso, con una ficción política construida tras olvidar la verdadera naturaleza del terrorismo etarra.
Porque lo que semejante ensoñación olvida es que ETA, sentada a una mesa con el Gobierno, no tardaría ni un segundo en formular sus exigencias políticas directamente o a través de Batasuna. Y esas exigencias no se quedarían más acá del horizonte descrito por el lehendakari Ibarretxe, sino mucho más allá.
El deseo de venganza histórica que la izquierda abertzale alberga respecto al nacionalismo tradicional encarnado en el PNV no podría realizarse con una formulación a la baja de las aspiraciones nacionalistas sino suplantando al partido de Imaz, Ibarretxe y Egibar a la hora de dictar las condiciones que la nación vasca demanda para el armisticio.
Ninguna iniciativa de exploración o diálogo por parte del Gobierno podría catalizar el desconcierto y la extrema debilidad en la que se mueven ETA y la izquierda abertzale orientándolas en un sentido distinto al de su momentáneo envalentonamiento. Pero lo que resultaría del todo imposible es convencer a la izquierda abertzale de que, como contrapartida de un protagonismo fugaz, debe comprometerse a atemperar los propósitos soberanistas que anima el nacionalismo gobernante.
Kepa Aulestia, LA VANGUARDIA, 25/1/2005