EL MUNDO 29/10/13
ARCADI ESPADA
Veo al gobierno de la nación muy flamenco con el presunto espionaje a España por parte del gobierno amigo de los Estados Unidos de América. Ha convocado al embajador Costos, que parece un hombre fino y simpático, y le ha leído la cartilla. «Si se confirma el espionaje, se podría romper el clima de confianza», ha dicho el ministro Margallo. Impresiona imaginar qué pasaría una vez rota la confianza. Me recuerda el momento seminal en que el vencedor de las elecciones plebiscitarias catalanas proclamará la independencia unilateral, con absoluto desprecio no ya de la política sino de la semántica. Admito que pueda romperse la confianza. Pero me interesan sobre todo los minutos posteriores y qué hará el gobierno con la confianza rota sobre el regazo. Ya que su inmediato y desesperado interés será rehacerla, quizá se podrían ahorrar el trámite.
Estados Unidos ha espiado millones de conversaciones. No es imposible que haya alguna mía. Desde aquí les digo, lindamente, que prosigan. Ahí tienen mi infinitesimal parte de soberanía a su plena disposición. Sólo deben garantizarme que su espionaje benéfico impedirá el espionaje de los malvados. Un clavo saca otro clavo y yo conozco el del tétanos. Entre estos millones de conversaciones debe de haber también algunas conversaciones vascas. Hubo un tiempo de la historia española en que los comandos etarras caían con una facilidad automática, como si el sueño de Reagan, aquella placenta del bien que iba a envolver el mundo, estuviese operativo. Hasta el borde mismo de los periódicos llegó que la gran oreja americana algo tuvo que ver en la destrucción del terrorismo español.
Comprendo que el Gobierno parlotee. Estos casos de soberanía nacional escuecen, y más aún si los ataques vienen de los ganadores de la guerra de Cuba. Pero no creo que en esta circunstancia concreta deba optarse por el énfasis y el tambor batiente. Mucho menos teniendo tan a mano la celebérrima doctrina Margallo, de aplicación ya probada en casos donde peligra la soberanía nacional. Así, lo que el Gobierno debe decirle a los Estados Unidos de América es, aprox, lo que le dijo el ministro al presidente de la Generalitat catalana: «Hay que buscar una fórmula». Porque un gobierno despótico con los fuertes y servil con los débiles es un gobierno que en vez de miedo da risa.