IGNACIO CAMACHO-ABC
El incidente de Mallorca es una anécdota. La ausencia de Leonor en El Escorial tiene, en cambio, relevancia categórica
LA Reina consorte de España, o en su caso el consorte de la Reina, carecen de funciones constitucionales según disposición expresa en la propia Constitución, salvo en el supuesto de regencia. Sentado este principio, el papel de la esposa del Rey es meramente representativo en el plano público y en el privado se limita al de la condición individual y familiar de cualquier mujer moderna. A efectos institucionales o políticos, que son los que importan en la Jefatura del Estado, no tiene, pues, la menor relevancia si Doña Letizia se lleva bien o mal con su cuñada o su suegra; eso son cotilleos vecinales, carnaza de telechisme, comadreo de sobremesa.
Un asunto distinto es que la Corona, como institución hereditaria fruto de un pacto excepcional de soberanía, gira en torno a la familia por su propia naturaleza. Y que los miembros de la realeza deben mantener al respecto la misma especial ejemplaridad que en el resto de sus tareas. En este sentido, el ya célebre vídeo de Mallorca ha cobrado una innegable trascendencia porque aparenta una incómoda frialdad hacia Doña Sofía y muestra un desabrido mal rollo en la escena. La esposa de Don Juan Carlos es un personaje que goza del respeto popular y la opinión pública se ha resentido del evidente desaire que supone prohibirle una foto con sus nietas.
El incidente ha sido, y ella lo sabe, un error de la Reina, que muestra un celo tan bienintencionado como en ocasiones excesivo en la preservación de la imagen de la heredera. Que lo es del Trono de España, de la cúpula de su Estado, y por ello está sometida a una cierta visibilidad pública aunque su madre no quiera. Doña Letizia es, o fue, periodista y conoce bien hasta qué punto esta profesión se vuelve a menudo desaprensiva y alcahueta, una trituradora de reputaciones en continua búsqueda de sangre fresca. Por eso su esfuerzo por blindar a su descendencia del acoso mediático merece respaldo incluso cuando extrema la cautela. Pero esta vez se ha hecho un magro favor a sí misma, y a la Corona entera, al vetar con aspavientos agrios y delante del Rey una inocente foto con la abuela. Mantener la Monarquía a salvo de tensiones superfluas es, junto a la educación de sus hijas, el principal trabajo de la Reina.
En todo caso, lo que el Tenorio llamaba desdeñosamente «pláticas de familia» no deben pasar de anécdota. Más categórica resulta, en cambio, la ausencia de Doña Leonor en el homenaje a Don Juan, un acto de mucha mayor trascendencia. Por funerario que resultase el ambiente del Escorial para sus doce años, era una ocasión clave para que entendiese el peso dinástico e histórico de todo lo que ella representa, que no es una mera pantomima decorativa sino la expresión de una línea simbólica de continuidad entre la España del pasado y la venidera. Ésta es la clase de cosas que, por muy niña que sea, forman parte de su aprendizaje de princesa.