Plurinacionalidad

JON JUARISTI – ABC – 04/06/17

Jon Juaristi
Jon Juaristi

· Proverbios morales: La distinción entre regiones y nacionalidades: una concesión inútil a los separatismos.

Andrés de Blas Guerrero, catedrático de Teoría del Estado en la UNED, es un gran especialista en la historia del nacionalismo español y un pensador desaprovechado por su partido, el de Pedro Sánchez. Desde comienzos de la Transición hemos debatido amistosamente nuestros desacuerdos y nos hemos enfrentado juntos a la sinrazón secesionista. He aprendido mucho del donostiarra Andrés de Blas y de otro sabio socialdemócrata de su quinta que creció jugando al fútbol en la playa de la Concha, el catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad Autónoma de Madrid Juan José Solozábal. Los amigos conocimos siempre a Andrés y Juan José como «la Izquierda Serena». Andrés de Blas publicaba el pasado viernes en El

País un interesantísimo artículo sobre el tema de nuestro tiempo cartagenero, La España plurinacional. Intentaré resumir su contenido para exponer a continuación mis discrepancias. De Blas, que parece considerar inevitable una reforma constitucional «en esta materia» (es decir, en la definición nacional de España), aduce que no se debería caer en el error semántico de equiparar nación con nacionalidad y fundamentar el Estado español en un «pacto entre naciones», lo que a su juicio podría conducir a la independencia de Cataluña y del País Vasco.

Según de Blas, la Constitución vigente, retomando la tradición casi unánime del constitucionalismo español (con la sola excepción de la Constitución de 1931) parte del reconocimiento de una única nación española, en cuyo seno existen distintas «nacionalidades y regiones» con derecho a la autonomía. Según De Blas, con el primero de estos términos se refería el constituyente a «hechos nacionales» de carácter cultural que, renunciando a ser calificados como naciones, renunciaban también a realizarse como Estados soberanos.

Aquí surgen mis primeras diferencias con De Blas, una de las cuales viene de antiguo. De Blas no siempre consideró las «nacionalidades españolas» como hechos culturales. Esta definición es nueva. Para él, la nacionalidad era una entidad a medio camino entre lo cultural y lo político (al no constituir comunidades políticas homogéneas, las nacionalidades no podían ser soberanas, pero sí autónomas). Más discutible aún es su afirmación de que en el acto constituyente las nacionalidades «explicitaban» su renuncia a la soberanía nacional. Los nacionalistas vascos y catalanes nunca «explicitaron» semejante cosa.

En el mejor de los casos, la renuncia podría haber sido implícita, pero ningún nacionalista lo admitiría. En los años ochenta, cuando argumentábamos frente a los nacionalistas vascos que ellos habían renunciado implícitamente a apelar al derecho de autodeterminación al no haber exigido que figurase en el texto constitucional, replicaban que abstenerse de reclamar la mención de tal derecho en un texto donde jamás se habría admitido no equivalía a renunciar al mismo. Más aún: sostenían que el derecho de autodeterminación carecía de importancia ante el principio de las nacionalidades, verdadero fundamento de cualquier nacionalismo irredentista, según el cual toda nacionalidad tiene un derecho imprescriptible a poseer su propio Estado soberano.

De Blas esgrime la distinción entre nación y nacionalidad como fármaco frente a la intoxicante «nación de naciones» de Pedro Sánchez, pero fue precisamente la ambigüedad de tal distinción la que, a la larga, condujo al oportunismo claudicante del PSOE ante los nacionalismos. En un nuevo proyecto constituyente, lo más sensato sería sostener el carácter unitario de la nación española y la supresión total del término «nacionalidades», concesión inútil a unos separatismos insaciables.

JON JUARISTI – ABC – 04/06/17