Lo razonable sería que el PNV preparase un cambio de rumbo, aceptando al PSE para la forja de una auténtica ‘comunidad nacional’, con mayor autogobierno y dentro del orden constitucional. Sólo que para ese giro Ibarretxe no sirve, por su identificación con el proceso de ruptura. Además, ahí están al acecho, no sólo EA, sino también Egibar o Arzalluz.
Son las ventajas de profesar una concepción patrimonial del poder político. A Juan José Ibarretxe, los malos resultados de anteayer le tuercen el ceño, pero no alteran en nada la consideración de sí mismo como líder indiscutible y de la coalición nacionalista como único titular legítimo del gobierno de Euskadi. Al lehendakari, le importa poco que su coalición cuente con poco más de un tercio de los diputados en la Cámara vasca: a eso le llama mayoría, a partir de la cual piensa continuar ejerciendo la gestión de los asuntos públicos en calidad de ‘cauce central’ del proceso político y por el derecho irrenunciable -verdadero derecho histórico- que a los abertzales les asiste de gobernar Euskadi. De ahí que contra los usos democráticos consolidados, desde el primer momento pretenda eludir el carácter interino que en la actualidad caracteriza a su mando y comportarse como un lehendakari, no en funciones, sino en la plenitud de sus competencias. Así telefonea al presidente del Gobierno español para tratar de empezar de inmediato la ‘negociación’, obviamente sin resultado, y se dispone a recibir uno tras otro a los grupos representados en el Parlamento vasco como si fuera un monarca constitucional o un presidente vitalicio, excluyendo la idea de que en las negociaciones de las próximas semanas pueda reunir más votos otro candidato a la Lehendakaritza. Ibarretxe podrá ser un político que actúa en democracia, pero no es un demócrata, sino un personaje iluminado, comparable al Julio Anguita de los años noventa, dispuesto a cumplir contra viento y marea con su empresa mesiánica. Y en una posición mucho más peligrosa para todos que la del viejo líder de Izquierda Unida.
Porque posiblemente reúna los apoyos necesarios para conservar la presidencia, pero aunque una alternativa sea improbable dada la fidelidad del escudero Madrazo, otras opciones están abiertas. Ibarretxe puede obtener únicamente el puesto si le apoyan abiertamente los comunistas/batasunos de Otegi, lo cual implica al día de hoy el gobernar con el beneplácito de ETA. Poco presentable para quien se ha llenado la boca de ‘democracia’ durante meses. A pesar de ello, no es de excluir semejante salida, congruente con el propósito apuntado de mantener la línea política anterior al 17 de abril, aunque de momento el plan está en la sombra. Si el continuismo es la opción adoptada por el lehendakari, menospreciando los resultados de las elecciones, resulta evidente que el pacto con EHAK/Batasuna constituye la solución más lógica, y desde luego la que más gustaría al socio menor, una EA con ganas de probar monte. Total 42 votos, contando con el escaño de Aralar, que no fallará, y con el fiel Madrazo. Un perfecto frente nacional con invitado de izquierda, cuyos únicos inconvenientes consistirían en la sombra de ETA y en la presión de origen batasuno: tras el éxito del domingo no van a aceptar el papel de simples comparsas de la negociación llevada a cabo a favor de su texto por el lehendakari, abocada por lo demás a un callejón sin salida. Y en la vertiente opuesta, resulta viable el planteamiento de una alternativa en torno a Patxi López, quien recibiría los votos propios y los gratuitos del PP para un gobierno socialista, alcanzando los 36 escaños. Siempre en el caso de que los de EB no insistieren en seguir traicionando a las propias siglas (que insistirán) y defendieran de veras un federalismo del todo congruente con la línea de reforma estatutaria del PSOE.
En términos matemáticos, la solución más fácil para Ibarretxe sería el regreso siete años después a la fórmula de coalición con el PSOE. Nada menos que una mayoría de 47 votos, de los que habría que detraer los de EA, formación nada propicia hoy a los acuerdos con el ‘españolismo’. Sólo que para materializar el acuerdo, o bien el PSE respalda en todo o sustancialmente el plan Ibarretxe, lo cual no es fácil, o bien el PNV regresa al campo de los demócratas, aceptando la invitación hecha por Zapatero para un nuevo Estatuto en el plazo de dos años. Ahora bien, resulta improbable que dada su psicología autoritaria, el lehendakari dé marcha atrás.
Al margen de los problemas que pudiera suscitar y suscita el contenido del Nuevo Estatuto, Ibarretxe encarna hoy conscientemente una línea política del nacionalismo que desde el regreso a los orígenes lleva a una ruptura escalonada con España. El de Llodio es un creyente a machamartillo en los mitos sabinianos y en el papel que la historia vasca le ha conferido para cumplir con dicha misión. Y ha franqueado el Rubicón, al arrastrar a todo el movimiento nacionalista democrático hacia una ruptura definitiva con la Constitución de 1978 y con el Estatuto de Gernika en nombre de un ‘pueblo vasco’ que en realidad encaja sólo con la comunidad abertzale. La popularidad en las encuestas y los escasos obstáculos que se le han opuesto hasta ahora, le convencieron de que podría alcanzar su meta política, la independencia maquillada de Euskadi, sin otro adversario que el Gobierno central. Ahora ha tropezado con los votos procedentes del espectro plural que caracteriza a la sociedad vasca, y sin duda va a intentar saltar sobre la barra del comportamiento democrático, jugando como lo hizo en la interminable crisis de 2000 a prolongar su interinidad en tanto que no obtenga apoyos para su mandato y para su política basada en el plan. Entre tanto, se entregará a una exhibición como jefe del gobierno sin limitación alguna, al objeto de que todos reconozcan la inexorabilidad de su liderazgo.
En cualquier democracia europea, un revés como el del domingo en torno a un tema crucial como la ‘libre asociación’ hubiera puesto al presidente de un gobierno al borde de la dimisión. Ibarretxe hará lo contrario: defenderse con uñas y dientes. El coste que en los últimos años ha representado su empeño utópico para la construcción nacional, así como para la convivencia entre los demócratas, no le importa. Su proyecto no se centra en la nación, sino en el pueblo.
‘A tortas’, pero con el principio de realidad, Ibarretxe, si le deja su partido, está dispuesto a seguir adelante en la imposición de su proyecto, sin importarle ulteriores desgarramientos. Lo razonable sería que el PNV preparase un cambio de rumbo, aceptando la oferta del PSE para la forja entre todos de una auténtica ‘comunidad nacional’, con mayor autogobierno y dentro del orden constitucional, al darse cuenta de que el problema vasco existe únicamente por la vocación de ruptura que anida en buena parte del nacionalismo, tanto democrático como filoterrorista. Sólo que para ese giro Ibarretxe no sirve, por su identificación con el proceso de ruptura con el Estatuto, y además para evitar una eventual rectificación ahí están al acecho, no sólo EA, sino también Egibar o Arzalluz. Por añadidura, hasta ahora Ibarretxe es el más importante capital político del partido, según nos dicen todas las encuestas, y tampoco va a dejarse defenestrar fácilmente. El PNV se encuentra así, por méritos propios, en un auténtico callejón sin salida, atrapado entre una vuelta atrás por hoy imposible y la huida hacia delante que encabeza su presidente de la CAV. Lo peor es que ese enmarañamiento afecta al conjunto del espectro político vasco de cara a la próxima legislatura. Claro que en 1986 también se encontraba en una encrucijada similar y al final supo salir de ella, con la ayuda de un PSOE que se dejó muchas plumas políticas en la década larga de subalternidad con los gobiernos Ardanza. A la vista del filonacionalismo de tantos dirigentes del socialismo vasco, esa voluntad de ayuda no le va a faltar. El mejor indicio de que Zapatero comparte esa postura es la felicitación a Ibarretxe como ganador en la noche de las elecciones. No se tiene noticia de que en Cataluña hiciera lo mismo con Artur Mas.
Antonio Elorza es catedrático de Pensamiento Político de la Universidad Complutense de Madrid.
Antonio Elorza, EL CORREO, 19/4/2005