Tonia Etxarri-El Correo
El partido jeltzale, más contundente que el lehendakari en su presión a Maduro
Iñaki Anasagasti, megáfono en mano. Junto a inmigrantes de la diáspora venezolana instando a Maduro a que abandone el poder y mostrando su apoyo al opositor Juan Guaidó. Desde Bilbao. Mientras, el lehendakari Urkullu se mantenía en la línea oficial de la Unión Europea y del propio Gobierno socialista español. Pidiendo diálogo. Con más cautela y menos pronunciamiento. Pedro Sánchez, finalmente, ha dado a Maduro ocho días para convocar elecciones libres. En sintonía con la Unión Europea. ¿Elecciones libres con Maduro? Si no las convoca, entonces reconocerán a Guaidó como presidente encargado. ¿Pero está capacitado el mismo déspota que desoyó los resultados electorales que dieron a la oposición la mayoría en la Asamblea Nacional para convocar unas elecciones democráticas? No lo parece. Ésta es la cuestión que están debatiendo ahora entre quienes urgen a Maduro a que se vaya y quienes están evitando enfrentarse a él. Los que le apoyan, los populistas y la izquierda abertzale, juegan en otra liga. El PNV, que ha intensificado su protección a la inmigración venezolana desde la época de Chávez, ha sido directo y sin paños calientes. El Gobierno vasco, no. Pero el PNV, sí. Persuadido de que no se puede practicar el diálogo con quien encarcela, secuestra y persigue a los disidentes. Con un mandatario que se ‘construyó’ un Parlamento a su imagen y semejanza, después de haber dado un golpe a la Asamblea que había resultado elegida en las urnas y convocó otras elecciones, esta vez fraudulentas, en las que la oposición no participó.
El PNV se saltó las maniobras de dilación en torno a un diálogo imposible en las que se había enredado una Unión Europea vacilante, para pedir que Maduro se vaya. Y emplazar a los demócratas a que, esta vez sí, sean capaces de ir unidos contra la deriva autoritaria. Y resolver la crisis humanitaria que padece Venezuela. Que de eso se trata.
Pero su alineación con la rebelión democrática venezolana ha sacudido las piezas del tablero parlamentario. Enfrente, se le ha puesto en jake la izquierda abertzale. Al lado, su exsocio presupuestario, el PP de Alfonso Alonso. Bildu, criticando la injerencia internacional, obviando la intromisión de Cuba en el ejército venezolano, la inteligencia, la sanidad, los aeropuertos y el control del sistema electoral. A Maduro se le hizo el vacío internacional en su toma de posesión el pasado 10 de enero. De hecho hasta el propio ministro Borrell había sentenciado que se le acababa el mandato ese día «y empieza otro en base a unas elecciones que no reconocemos». Tan solo Cuba, Corea, Nicaragua o Turquía le daban legitimidad. Ni siquiera Zapatero se atrevió a presentarse a título personal. Pero estuvo Sortu. La izquierda abertzale dando carta blanca al responsable del empobrecimiento y la persecución de sus ciudadanos. Al régimen que ha protegido a etarras huidos de la justicia española. A quien quiere imponer un régimen populista y autócrata a sangre y fuego.
Cuando Juan Guaidó se comprometió a hacer cumplir la Constitución, en Euskadi se registraron dos concentraciones enfrentadas. Empezó el PNV, apoyando a la Asociación ‘Tierra de gracia’, en donde participa Anasagasti y el parlamentario Mikel Arruabarrena, entre otros. Entre envíos de medicinas, recolecta de ropa y tramitaciones de RGI para los inmigrantes (6.224 según el observatorio Ikuspegi, casi 10.000 según la asociación) clamaban por la restitución de la democracia. Enfrente, dos días después, el grupo ‘Venezuela aurrera’, que agrupa a la izquierda ampliada, protestaba porque quieren que siga Maduro.
Junto al PNV se ha alineado el PP. Los dos partidos de raíz demócrata cristiana que han apoyado durante muchos años a los mandatarios social-cristianos de Venezuela como Rafael Caldera (galardonado con la Cruz del árbol de Gernika) y Herrera Campins, se han vuelto a encontrar. El PP quiere que las instituciones vascas se sumen a la presión contra Maduro. La proposición no de ley ya está registrada en el Parlamento vasco.
Los prejuicios de la izquierda para apoyar a Guaidó han encontrado en los socios internacionales la excusa perfecta para justificar su parálisis. «Se nos obliga a elegir entre Maduro y Trump», se lamentaban instalados en la indefinición. Pero no. Hay que elegir entre el usurpador Maduro y la libertad que defiende la oposición desalojada. Las alianzas externas no se pueden poner en el mismo plano. Ocho días parecen una eternidad en el polvorín venezolano.