DAVID GISTAU-EL MUNDO
HACE algunas semanas, durante una entrevista en el programa de Herrera, al ministro Borrell se le preguntó cuán incompatibles con su conciencia –la del apasionado orador en la almena constitucional de Barcelona– eran las rendiciones y las predisposiciones fatales de Sánchez ante los independentistas. Puso cara de fastidio y procedió a despejar la pelota a córner con un patadón más expeditivo que el de un central del Coventry: «Ésas no son competencias del Ministerio de Exteriores». La penosa mezcla de deserción moral y autoengaño contenida en esa sola frase basta para sondar la profundidad de las tragaderas del político profesional cuando lo tientan en la vanidad con los «lictores» de un cargo. Me recordó a Bono, el de la verborrea ejpañolaza, cuando Zetapé lo desactivó también con un ministerio antes de ponerse a decir que España era discutible y discutida.
Que a Borrell la prebenda fáustica le haya durado sólo unos meses, y que ahora acabe exiliado, traicionado por Sánchez y entregado como despojo a las facciones más primarias y virulentas del independentismo, que beben champán sobre sus restos, es un hecho crudelísimo que por siempre le recordará cuán barato vendió su propio personaje, el que surgió en la oposición al nacionalismo, y cuán en vano fue todo. ¿De verdad ser ministro vale tanto la pena?
Por otra parte, el sacrificio de Borrell delata la maniobra de distracción de Sánchez concebida para ganar las elecciones. El presidente ayuda a su electorado a superar los malos recuerdos dejados por su mendicidad mediante la presentación de un personaje por el que apetece mucho dejarse cautivar porque en él resplandece la fotogenia de izquierdas: un campeón de la conciencia social que además, gallardamente, ocupa su puesto en la primera línea de la nueva defensa de Madrid –«¡No pasarán!»– contra el fascismo. Pero, al mismo tiempo, y sabiéndose abocado por el mohín de Cs a pactar de nuevo con pandillas de extramuros, ya comenzó a ahormar su gabinete para borrar la presencia de ministros a quienes puede disgustar un experimento tan descabellado como negociar la refundación de España con los conjurados para la destrucción de España. También es verdad que los ataques de dignidad de Borrell apenas alcanzan para poner cara de fastidio. Pero es que a lo mejor ni siquiera eso quiere ver Sánchez cuando es ovacionado al entrar en el Consejo de Ministros o adulado en el culto a su personalidad, del cual él mismo se ha ordenado sacerdote bajo el nombre de Onán.