Hubo un tiempo en el que me sentí unido a Elvira Lindo por una relación de amistad, que, co o todo en esta vida se fue diluyendo con el tiempo. Mi lectura de sus columnas también se fue espaciando, a medida que descubría en ella una doble vara de medir. No es que en algunos casos el objetivo de sus columnas, en general gentes de derechas, no tuviesen merecido algún revés. Es por la asimetría. Dedicar una pieza a sacudir a la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, destacando como una tara muy principal de su carácter la condición de mentirosa, sería atendible si se explicara en qué ha mentido con datos contrastables. Como nos ocurre a muchos con Pedro Sánchez, que al parecer no le parece mentiroso, ni plagiario, ni felón.
A estas alturas, parece algo forzado escarbar en el pasado de uno de sus asesores, Miguel Ángel Rodríguez y recordar la condena que sufrió por llamar ‘nazi’ al doctor Montes. No tengo nada que opinar sobre la sentencia, pero nada tiene que ver ese asunto con la presidenta de la Comunidad de Madrid. No me consta que Elvira Lindo haya dedicado una columna al chisgarabís que gobierna al mayor mentiroso de España, Iván Redondo, que lo mismo sirve a Pedro Sánchez que sirvió al alcalde de Badalona, Xavier García Albiol. Aplicando los mismos criterios, Elvira debería haber recordado que Redondo susurra al oído de Sánchez piropos encendidos (el Espartaco de la militancia, le llamaba) con la misma convicción que susurraba a Albiol consignas xenófobas contra los inmigrantes. Alguna vez tengo escrito que uno de nuestros mayores problemas es que estamos gobernados por un jefe de prensa que además es un mediocre y un idiota moral, a quien le da igual Juana que su hermana.
No voy a despiezar la columna, pero no puedo resistir la tentación de reproducir una prueba flagrante de la ligereza por la que se desliza, con argumentos copiados de Twitter: “Ayuso mostró todo su plumaje: abandonó una reunión con el presidente para ir a misa”. No hay tal. La víspera de la reunión del presidente con los autonómicos para no escucharles, Díaz Ayuso pidió ser la primera en intervenir, porque al día siguiente se celebraba en la Almudena un homenaje a las víctimas del Covid19. Fue una misa oficiada por el arzobispo de Madrid, Carlos Osoro. Permíteme que te explique la diferencia, Elvira. Plantar al presidente para ir a misa es una subordinación de sus obligaciones representativas por cumplir con su fe, que es un asunto privado. ¿Cómo explicártelo? Es como cuando Grande-Marlaska tomó partido militante contra los militantes de Ciudadanos que asistieron a la manifestación del Orgullo y en lugar de defender su derecho a manifestarse, obligación principal del ministro del Interior, descalificó a los manifestantes “por pactar con la extrema derecha”.
En fin, Elvira, nunca te había leído una columna tan desdichada, en la que, como señala Timermans muy justamente se dan cita en proporciones homeopáticas: el odio, la inquina, la miseria, la venganza, el rencor y la insolidaridad.