José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
Si por Dolores Delgado fuera, ya habría dimitido y solicitado un destino discretísimo en el ministerio fiscal
En el número 101 de la revista de la Mutualidad de la Abogacía, correspondiente al mes de septiembre, se publica una entrevista con la actual ministra de Justicia, Dolores Delgado. Entre otras afirmaciones inocuas, dice lo siguiente: “Es imprescindible incorporar la perspectiva de género a nuestra Justicia para acabar con sus deficiencias”. Se esté de acuerdo o no con tal valoración, lo cierto es que suscita una interrogante que desasosiega: ¿Quién es la auténtica Dolores Delgado? ¿La que sostiene que debe incorporarse la perspectiva de género a la Justicia o la que en un restaurante con Villarejo y Garzón se jacta de que ella prefiere a tribunales de “tíos” porque “se les ve venir” a diferencia de las “tías”? ¿Es más cierta la ministra que contesta formalmente la entrevista en la revista de los mutualistas de la abogacía o lo es la que llama “maricón” a su compañero de Interior o “nenaza” a otro magistrado de la Audiencia Nacional?
¿Cuál de las dos Dolores Delgado merece crédito, la que habla por extenso en esa publicación sobre la Administración de Justicia o la que sin inmutarse atribuye comportamientos menoreros a compañeros del Supremo y de la Fiscalía en Cartagena de Indias o no se siente concernida ante el relato de las técnicas de “información vaginal” de Villarejo a las que la entonces fiscal de la Audiencia Nacional asegura “éxito seguro”?
Si por Dolores Delgado fuera, según fuentes de absoluta solvencia, ya se habría ido del Gobierno y solicitado un destino discretísimo en el ministerio fiscal. Sánchez, sin embargo, no puede permitirse el lujo de deshilachar más su equipo y le exige su permanencia martirial en el desempeño del cargo. Para calentar la silla, porque tanto el presidente del Gobierno como la propia ministra saben que ni los fiscales, ni los magistrados, ni los funcionarios del ministerio, ni los abogados, ni los procuradores… ni los propios militantes y cargos del PSOE otorgan a Delgado la más mínima credibilidad. Como expresaba un funcionario que parecía quererla bien: “¡Pobre ministra de Justicia!”, atada al sillón y sin escapatoria, reprobada por partida doble, en el Senado (por el caso Llarena, que con tanta torpeza manejó) y, el martes pasado, en el Congreso.
Sánchez, sin embargo, no puede permitirse el lujo de deshilachar más su equipo y le exige su permanencia martirial en el desempeño del cargo
Sus explicaciones ayer acerca de las circunstancias de la comida en 2009 con Villarejo y otros cargos policiales, a la que fue llevada, al parecer, por su amigo Baltasar Garzón, no tuvieron consistencia porque confundieron un ataque a su persona con un hiperbólico “chantaje al Estado”. Se victimizó, como cabía esperar, y atribuyó a las “cloacas del Estado y a la derecha, la extrema derecha y a la extrema-extrema derecha” (así, con replique) el origen de sus adversidades pese a formar parte del “Gobierno decente de Pedro Sánchez”. Una cosa es verdad: son una ilegítima intromisión en su intimidad (y así lo dice la ley) esos audios que captaron subrepticiamente su conversación.
Eso también le sucedió —sálvense las distancias que se quieran— a Ignacio González, y Sánchez (marzo de 2015) pidió de inmediato su dimisión a Rajoy. ¿Por qué ahora no iba a hacerlo la oposición con Delgado? Aquella conversación grabada en una cafetería de la Puerta del Sol con el presidente de la Comunidad de Madrid y que versaba sobre su ático en la Costa del Sol acabó con sus escasas posibilidades de encabezar las listas por la comunidad, que lideró la también filmada y falsamente titulada Cristina Cifuentes.
Le ha ocurrido lo que a González o a Juan Carlos I. Fue ilegal que les grabasen, pero una vez los audios se publicaron, su reputación se ha erosionado
Y las apreciaciones de la ‘princesa’ Corinna, grabadas también por Villarejo, con graves acusaciones al Rey emérito (julio de 2018), no han llevado a Juan Carlos I ante la Sala Segunda del Tribunal Supremo, pero le han recluido en un exilio interior. Este año —en el 40 aniversario de la Constitución—, el padre de Felipe VI iba a ser rehabilitado tras su traumática abdicación en 2014. Pues bien: también los audios de Villarejo con su ‘amiga entrañable’ le han retirado del circuito público, y no han faltado plumas y voces que han aconsejado al emérito que se instale fuera de España porque aquí, en términos de reputación pública, lo tiene complicado. El Gobierno ha vetado la presencia de Juan Carlos I en la toma de posesión del presidente de México, una de las muy pocas funciones públicas que quedaban al anterior jefe del Estado.
A Delgado le ha ocurrido —insisto: salvando las distancias— lo que a González o a Juan Carlos I. Fue injusto e ilegal que les grabasen, pero una vez los audios se publicaron y quedó demostrada la enorme distancia entre su perfil privado y el público, su reputación se ha erosionado. No es cierto, además, que el nivel de zafiedad de la conversación entre Villarejo, Delgado, Garzón y otros policías sea ‘normal’, como algunos propalan.
Estas desinhibiciones de la ministra la retratan como frívola y bocazas, lo cual es incompatible con el ejercicio del cargo que sigue ostentando
Los fiscales y jueces que, en muchas ocasiones, confraternizan distendidamente con cargos policiales que colaboran con ellos en procedimientos penales, por lo general no dejan de ser muy conscientes de su condición profesional, miden sus palabras y se comportan como exige la magistratura que ostentan. Estas desinhibiciones de la ministra la retratan como frívola y bocazas, lo cual es incompatible con el ejercicio del cargo que sigue ostentando, más por conveniencia del presidente del Gobierno que por deseo de la interesada. En fin, la ministra no estará cesada ni destituida, pero sí está amortizada.