JON JUARISTI, ABC 24/03/13
· Cuando el Papa recuerda las exigencias evangélicas, los estúpidos se acuerdan de Evita Perón.
Es posible que colee aún durante algún tiempo la calumniosa especie de la colaboración de Jorge Mario Bergoglio con la Junta Militar argentina, porque los instigadores de la campaña llevan bastantes años royendo el mismo hueso y no van a soltarlo a pesar de la falta de tuétano. Allá ellos. La jefa de la banda ha decidido ya cambiar de estrategia.
Esta semana la bronca ha venido del otro lado. Las palabras del Papa sobre la Iglesia y los pobres han suscitado un fantasma de signo opuesto: el de un Bergoglio peronista. De torturador a montonero, ahí es nada. Al parecer, en Argentina no hay más que dos opciones, como pasa en Jerez, donde eres Domecq o eres caballo, tú eliges.
Una tercera vía de la estupidez insiste en lo del jesuitismo interpretado como astucia hipócrita y puesto al día en términos de habilidad mediática. Bergoglio sería un actor consumado cuyo mínimo gesto responde a un guión. Mira que no han dado juego, estos días pasados, los zapatones de Francisco. En fin, teníamos una izquierda montaraz y venenosa. Ahora asoma una derecha cotilla y hortera. Está el país como para echar cohetes.
¿Un Papa peronista? ¿Un Papa socialdemócrata y buenista, como quieren otros? ¿Teología de la liberación pasada de moda? ¿Cuánto hace que los que especulan con estas fantochadas no han leído los Evangelios? No son mis escrituras sagradas, pero ni a mí se me escapa que lo que ha dicho de los pobres el nuevo Pontífice (flamante, le llaman algunos) no tiene otra fuente. Ni Francisco de Asís ni Bonagracia de Bérgamo.
La Iglesia católica no es una institución europea y occidental. No es una Iglesia de los países ricos. La gran mayoría de los católicos viven en países pobres y además son pobres ellos mismos. No creo que el Papa pretenda excluir a los ricos de la Iglesia. Se ha limitado, de momento, a exponer de un modo bastante sintético las exigencias evangélicas respecto a los pobres y a recordar a los que no lo son, implícitamente, que la Iglesia debe a los pobres su predilección, lo que no es una novedad. Es cristianismo de lo más genuino. Desde hace dos milenos.
Que eso choque frontalmente con una mentalidad moderna acostumbrada a estigmatizar a los pobres como vagos o ineptos, por no decir tontos a secas, es normal. Lo mismo pasó en los orígenes del cristianismo. Para las minorías ilustradas de la Antigüedad, los pobres no solamente eran todo eso, sino además feos y desagradables: una raza inmunda, cuya única virtud residía en lo cómicos que resultaban en el teatro (los esclavos, además de pobres, eran bestias, cosas parlantes). Los primeros cristianos dieron la vuelta a aquel discurso de prestigiosa raigambre aristotélica. O sea, que la modernidad no es tan moderna como se piensa.
Personalmente, me gusta el temple de este Papa que ama a los pobres y practica la pobreza evangélica como algo perfectamente natural. Ha sido un cura de barrio, y me recuerda a otros curas de barrio que vivieron sin estridencias la pobreza y la caridad. Quienes le acusan de exhibicionismo piensan acaso que el catolicismo es una forma de cristianismo compatible con el darwinismo social. Pues va a ser que no.
Me parece estupenda la entrada en liza del Papa Francisco. A los que se rasgan las vestiduras ante sus primeras manifestaciones y claman que riqueza no equivale a corrupción, les vendrían al pelo unos versos del último Auden, un poeta católico (y, por cierto, liberal), muy distinto del Auden golfante y marxista de su juventud: «Donde quiera que haya enorme/ desigualdad, el Pobre/ corrompe al Rico». Eso no es igualitarismo demagógico, sino cristianismo del de siempre y, si se me apura, sentido común.
JON JUARISTI, ABC 24/03/13