Eduardo Uriarte, EL PAÍS, 25/9/12
No es nada nuevo que en momentos de crisis económica se produzcan los estallidos nacionalistas más viscerales. De hecho, en el siglo pasado las concepciones revolucionarias proletarias fueron vencidas y sustituidas por aberrantes movimientos fascistas. Aquí, desde hace tiempo, el movimiento obrero se dejó seducir por el discurso identitario local y las reivindicaciones sociales en las manifestaciones sindicales se realizan bajo el abusivo ondear de banderas regionales y nacionalistas.
No es sorprendente que la encrucijada financiera a la que Cataluña ha llegado intente ser superada por el nacionalismo mediante la huida hacia delante que significa este estallido por la independencia. Llamada a la independencia que conllevaría la ruptura de la convivencia política, pues desde la polis la política se sustenta en la coexistencia de diferentes lealtades. Desde el momento que el nacionalismo opta por una sola lealtad, la política desaparece. Sin embargo, lo que la historia nos demuestra es que no es solución la opción nacionalista, porque la quiebra económica no desaparece, sino que se acrecienta, y entonces deciden invadir el país vecino.
Aunque la democracia busque soluciones políticas ante la ruptura nacionalista, no crean que éstas son fáciles. Quizás haya que aceptar que no hay solución. La Ley de la Claridad hoy tan traída no fue bien recibida en los ambientes nacionalistas, pues supone un cauce pactado y dirigido desde el que posee la competencia de convocar un plebiscito, el Estado, con todo tipo de salvaguardas, mayorías cualificadas entre ellas, ante un posible final traumático y sin vuelta atrás. Es decir, un proceso poco dado a la demagogia, pues su máxima es la claridad en todos sus aspectos, los legales y los políticos, y la gente puede enfrentarse con conocimiento responsable a la seducción emotiva y enajenada de la independencia.
El federalismo, solución que tenía que haber sido aplicada tiempo atrás, y no mentada ahora como Santa Bárbara cuando truena, tampoco lo es porque le gusta aún menos al nacionalismo, ya que el federalismo se basa en la lealtad de las partes con el todo —como en EE UU o en Alemania—, y el sistema del peculiar Estado de las Autonomías que nos dimos acabó permitiendo equívocos inaceptables en el federalismo. Lo que no quiere decir que no sea la opción definitiva futura, pero supondría una reforma constitucional que pudiera poner en entredicho las peculiaridades de las provincias vascas y de Navarra. Y no serviría para contentar a los nacionalistas, sencillamente porque el nacionalismo es incontentable, pues dejaría de ser nacionalismo.
Stéphane Dion, padre de la Ley de la Claridad, ya avisó en Bilbao el 25 de noviembre de 2003 de la imposibilidad de convencer a los nacionalistas mediante transferencias de competencias. “Si la descentralización de un país se hace para calmar al nacionalismo, será un fracaso. Los separatistas no quieren una descentralización, sino su propio Estado”.
Eduardo Uriarte, EL PAÍS, 25/9/12