LIBERTAD DIGITAL 17/06/16
CRISTINA LOSADA
En el debate del lunes, Iglesias dijo en algún momento, aludiendo a Rivera, que entre la copia y el original él se quedaba con el original, y para que no hubiera dudas de qué original hablaba añadió que su rival era el Partido Popular. Iglesias es un político que tiene que aclarar todo el rato de quién es rival y de quién no es adversario, asuntos que hasta ahora no hacía falta explicitar y menos en campaña. Pero su partido es muy de manual de instrucciones, quizá para que nadie se pierda en el laberinto de sus cambios de vocación ideológica. Sea como fuere, el original, allí representado por Rajoy, no dio señales de entender el mensaje, le dedicó a Iglesias sólo tres alusiones frente a las veinticuatro en dirección contraria, y se empeñó en rivalizar con el dirigente del PSOE. Como antaño. Ah, el bipartidismo vive después de muerto.
Tanto se dice en política que el original siempre se prefiere a la copia que ya he empezado a dudarlo. De entrada, si es una buena copia, ¿cómo distinguirla del original? Es más, aun puede mejorarlo. A fin de cuentas, no hablamos de las bellas artes, sino de partidos. Puesto el ojo en el partido de Iglesias, la ironía es que, de hacer caso de las contorsiones que practica en los escenarios, resulta que es él, el partido Podemos, el que quiere ser copia. Tontearon con la idea de que no eran de izquierdas ni de derechas durante un tiempo, pero al final, sin dejar del todo ese campo de margaritas por deshojar, decidieron que lo suyo era ser socialdemócratas. Si eso no es copiar, que vengan Marx y Engels a dirimirlo.
Sabido es que el objetivo de Iglesias consiste en quitar al PSOE la hegemonía en la izquierda, y debe de pensar que, apropiándose de la etiqueta socialdemócrata, los votantes socialistas que quedan abandonarán el viejo paquebote, como las ratas, y se embarcarán en el barco pirata que iza, para despistar, la bandera de la socialdemocracia. Todos los sondeos dicen que van bien encaminados los copiones. Pero también dicen los sondeos que en España goza de poco predicamento la identidad socialdemócrata. El público prefiere definirse como socialista, como si viera alguna diferencia entre eso y lo otro. Los de Podemos se han hecho con una marca de escaso reconocimiento en nuestro país: demasiado evidente el plagio si se ponían la etiqueta socialista.
No se la han puesto, no, pero su intento de seducir al electorado socialista está dando escenas descacharrantes. Iglesias, a quien yo vi a punto de arrodillarse ante Sánchez para pedirle la mano en un susurro, requiebra ahora a Zapatero elevándolo a «mejor presidente de la democracia». Rescatándolo, en realidad, del olvido al que el propio PSOE y casi toda España lo condenaron después de encumbrarlo. Y por buenas razones. Es un ejercicio de riesgo vindicar a ZP, aunque hay que tener en cuenta la desmemoria. Pero, sobre todo, es un ejercicio de hipocresía. Basta leer con atención lo dicho por Iglesias: «Cuando tengo dudas de temas importantes procuro mandarle un mensaje». ¡Procuro!
A Iglesias, deduzco, no le importan los consejos de Zapatero, sino hacerle ver que le importan. Quiere tenerlo contento, darle bola, hacerle la pelota. No cultiva su amistad porque el expresidente sea el político con mayor visión o el asesor más perspicaz. La prueba de que no es nada de eso es justo la razón de que lo corteje: Zapatero es uno de los socialistas de cierto rango que ven con simpatía a Podemos. Más aún, es uno de los que cree que Podemos es socialdemócrata. Para robarle al PSOE la marca y los votantes, en definitiva, el espacio político, a Podemos este tipo de aliados le vienen de cine. Cuanto menos sagaces, más se prestarán como colaboradores involuntarios del proceso de absorción del PSOE. Se buscan tontos útiles, que decían, inmisericordes, los comunistas.