Desde la teatralidad de Podemos, borrar a sus líderes del 6-D envía un mensaje obvio: no se reconocen en la Constitución. Ésa va a ser su trinchera. Más allá de la carga simbólica de una delegación de segundo nivel, ahí apunta el video de Iglesias en Twitter. Con tono susurrante de predicador y un aire viejuno como de cura obrero, proclama que «hay un espíritu constituyente en la calle». ¿En qué calles será eso? En fin, de creer al Padre Iglesias desde ese púlpito digital, parece que el país está asfixiado demandando el oxígeno vivificante de otro articulado constitucional. Es un mensaje irreal, pero obedece a la misma lógica de todo su discurso populista: presentan una España secuestrada por la casta y muy catastrófica porque necesitan un país miserable que dé sentido a su retórica.
Según Iglesias, el problema es simple, como siempre, por compleja que sea la realidad: la resistencia de «las élites» al cambio y la democratización constitucional. Y señala a la Triple Alianza (PP+PSOE+C’s) a la que también denomina «búnker». El lenguaje nunca es inocente, pero sobre todo para el agit-prop: búnker es como se denominaba a la ultraderecha del franquismo crepuscular que encarnó la resistencia a la Transición. De modo que identifican a Rajoy, Fernández o Rivera con Girón de Velasco, Arrese y Blas Piñar, y, ya puestos, a la prensa con El Alcázar o Arriba. Es el esquema: la Triple Alianza de PP+PSOE+C’s son la casta antidemocrática, y ellos representan el espíritu de la libertad. Podría resultar cómico de no haberse constatado el éxito político creciente de esos clichés huecos. Por eso no resulta cómico.
Podemos comparte retórica, cada vez más, con los independentistas y su #NadaQueCelebrar: primero, cuestionar el carácter democrático de la Constitución, obviando el periodo más próspero en libertad de la Historia; y después deslegitimarla porque sólo votó el 22% de la ciudadanía actual. Si rara vez han permitido que la realidad les estropee un argumento, no lo van a hacer ahora; pero ya es de traca cuestionar una Constitución votada por el 90%, casi unánimemente con excepción de las esquerras nacionalistas, ultraderechistas y batasunos. Pero la estrategia es desacreditarla para redirigir ahí el descontento, su caldo de cultivo. Y vista la eficacia de los eslóganes populistas para la clientela de la democracia postfactual, puede funcionar. Lo del Régimen del 78 vende.
Hasta ahora el bipartidismo planteaba el debate entre reformistas (PSOE) y contrarreformistas (PP). Ahora el eje se ha desplazado porque Podemos no plantea una reforma sino una deconstrucción con otro proceso constituyente. Eso cambia las cosas. Rajoy había empezado a dar señales de ceder, a pesar de su exceso de conservadurismo, en algunas reformas; pero ahora será difícil ante la táctica del caballo de Troya de Podemos. Si se toca la Carta Magna, van sobrados de escaños para forzar legalmente un referéndum que, en caso de derrota, desacreditaría la Constitución; y si no se toca, mantendrán la campaña de descrédito contra la bunkerización de los herederos del franquismo. Fuego a discreción en la trinchera.