Luis Ventoso-ABC
- Son muchos los que llegan y poquísimos los que perduran
Stuart Leslie Goddard, nacido en 1954 en el centro de Londres, era un chaval creativo y espabilado, también de psique de cristal. Su padre, un veterano de la RAF de ancestros gitanos, trabajaba de chófer y su madre era costurera. La familia vivía en un minúsculo piso social por St. John’s Wood. Stuart resultó un buen alumno y acabó entrando en una escuela de Arte, cantera de la creatividad inglesa. Pero sufrió una crisis de anorexia, que mezclada con el combustible de las anfetas acabó en una estancia de tres meses en un psiquiátrico. El muchacho salió de allí proclamando que se había encarnado en una nueva persona. Ya no era Stuart, sino Adam Ant (Adán Hormiga), en homenaje al primer humano y por aquello de que «si hay un accidente nuclear solo sobrevivirán las hormigas». ¿Un grillado? Puede. Pero su éxito resultó aplastante. A finales de los setenta formó un grupo, Adam & the Ants, que en 1980 se convirtió en la sensación musical del momento. Lo más moderno, lo rompedor. Ataviados como piratas de boutique y con más maquillaje que un cortejo de geishas, se convirtieron en punta de lanza del movimiento de los Nuevos Románticos, por donde despuntaban Duran Duran, Spandau Ballet, Boy George…
A comienzos de los alegres ochenta, mis amiguetes del cole y yo estábamos deslumbrados por Adam Ant y el resto de los Nuevos Románticos. Nos parecían el sumun; la música buena, innovadora y procedente. Contemplábamos a Bob Dylan, entonces de 39 años, como un turras pleistocénico que ya nada podía aportar, al igual que matusalenes como Neil Young o McCartney. Desde luego Duran Duran nos parecían muy superiores a Pink Floyd, con sus hippiosas melenas lacias y su caduco rock sinfónico. Pero para 1984 la estrella del bueno de Adam Ant ya se había apagado. Hoy hace bolos en el circuito de la nostalgia y nadie se acuerda de él. En cambio aquellos que en los ochenta nos parecían carcamales acabados han devenido en clásicos y siguen vigentes.
La Nueva Política española me recuerda el efímero esplendor de Adam Ant y los Nuevos Románticos. El maquillaje, las caras lozanas y el postureo altivo conquistaron a buena parte del público, vapuleado por la crisis de 2008, harto de la corrupción de la vieja política y aburrido de los hombres de gris. Pero pasada la novedad, Podemos y Ciudadanos se enfrentaron al reto de empezar a grabar buena música y resultó que solo tenían un single de dos acordes. El disco completo les quedaba grande. Rivera fue el primero en bajarse del autobús, dejando al frente de su banda a una de las integrantes del coro, incapaz de llenar el escenario. Ciudadanos ha iniciado ya la gira de despedida. Podemos va por la misma senda. Iglesias está a punto de pasar del estrellato del rock al consuelo del karaoke. De profeta neocomunista a caricatura de sí mismo en solo siete años. Hasta Errejón, que en política no ha pasado de la tuna, se chotea de su ex amigo el chepillas, que lo apuñaló en 2017 retirándole la portavocía parlamentaria para regalársela a su novia Irene. Política de hormigas.