Chris Froome decidió el pasado 9 de julio enseñar a sus rivales y a todo el pelotón del Tour quién mandaba en la carrera. Atacó descendiendo el Peyresourde camino de Bagnères-de-Luchon en un gesto de autoridad que luego repetiría en su camino hacia el triunfo definitivo en los Campos Elíseos. Veinte días más tarde, Iñigo Urkullu también cambió la carrera hacia el palacete de Ajuria Enea, el caserón construido por un industrial del acero que desde los 80 es la residencia de los lehendakaris. Enseñó quién manda en el complejo entramado institucional, económico y social del País Vasco y con su decisión de disolver el Parlamento Vasco puso en fila india al resto de los líderes que estos días aceleran a trancas y barrancas las gestiones para afrontar una campaña electoral exprés. Una batalla que examina a todos los líderes y a sus aparatos pero que tiene el foco en Podemos, el único partido capaz de inquietar al PNV siempre y cuando sea capaz de mantener los resultados que logró en la doble cita de las elecciones generales de diciembre de 2015 y junio de 2016.
Ahí está la fortaleza de las listas que desde el pasado 1 de agosto encabeza Pilar, Pili, Zabala, ya que los 335.740 votos del 26-J –uno de cada tres votantes vascos– son la clave de la primera parte de una apasionante etapa política en Euskadi. Es el tiempo de confrontación política entre cinco grandes fuerzas; a ellas podría sumarse Ciudadanos, aunque con muchas dificultades para lograr representación en los 75 escaños del Parlamento vasco. El segundo periodo del calendario –el actual– ha sido precipitado por Urkullu por los imprescindibles pactos por la gobernabilidad, pero el tercero –a partir del 25 de septiembre– será el definitivo, porque Euskadi estrenará una mayoría parlamentaria dispuesta a hacer realidad el difuso «derecho a decidir».
La sutil maniobra de Urkullu minimiza la capacidad del resto de los partidos para contrarrestar la ventaja lograda por un lehendakari que se dispara en las encuestas aupado por su apuesta por la «moderación» y tras cuatro años en los que aparcó las reivindicaciones soberanistas para centrarse en los mensajes de lucha contra la crisis y el desempleo. Una legislatura roma en la que Urkullu se ha erigido en la imagen del PNV más institucional mientras el mensaje soberanista personalizado por Joseba Egibar permanecía aletargado. Al veterano dirigente del PNV, que en esta ocasión se presenta como candidato por Álava –la circunscripción con la batalla electoral más incierta–, sólo debe preocuparle el techo de Podemos. La coalición dirigida en Euskadi por Nagua Alba y Eduardo Maura planificó su campaña electoral con la previsión de contar como candidata con la magistrada Garbiñe Biurrun y el mensaje de cambio con un sorpasso por la izquierda a los nacionalistas. Pero Biurrun dijo no y Zabala quiere pactos a partir de una victoria el 25-S. Resultado que, pese a lo acontecido en las generales, las encuestas no vislumbran. El Gobierno vasco con muestras de 2.310 encuestados augura una victoria del PNV (24 escaños) y la revitalización con Otegi de EH Bildu (18) que recuperaría a unos 70.000 votantes que dieron su papeleta a Podemos en las generales. Podemos con 14 parlamentarios quedaría muy lejos de aspirar a sustituir a Urkullu ni siquiera apoyando a Otegi y, sin embargo, su gaseoso ideario político se convertiría en el apoyo ideal para reivindicar el «derecho a decidir» en tiempos y formas pactadas con PNV y Bildu. Sólo PSE-EE (10 escaños) y PP (ocho parlamentarios) podrían testimonialmente tratar de evitarlo.
Arnaldo Otegi Mondragón (Elgoibar, 1958) será el candidato más mayor, más experimentado y con más ganas siempre y cuando los tribunales decidan que la inhabilitación que aún mantiene por la condena por el caso Bateragune no le es aplicable por su indefinición. Otegi, casi siempre sonriente desde que salió de la cárcel de Logroño el 1 de marzo, espera una pregunta casi obligada en cada comparecencia que alimenta el falso victimismo en el que se mueve con absoluta comodidad. La coalición EH Bildu en la que Sortu mantiene un evidente liderazgo ha querido abrir la imagen de su líder más allá de las reivindicaciones tradicionales sobre la independencia –ahora relegada nominalmente por el «derecho a decidir»– y la amnistía de los presos de ETA. Ahora la ruptura con el resto de España siguiendo la estela de Cataluña se viste de reivindicación social.