Javier Caraballo-El Confidencial
- Los cambios en el Gobierno en el primer semestre de este año han mermado la visibilidad del socio minoritario y ya no se les distingue como antes
Allí estaban en la escalinata de la Moncloa, dispuestos en las tres filas de notoriedad que marca el protocolo para destacar y diferenciar a los más importantes del Consejo de Ministros, que son también los que se sientan siempre al principio de la mesa ovalada. Allí estaban todos, con su sólida mayoría femenina, y el resultado, cuando se les congeló la sonrisa en el instante en el que se dispara la cámara, no era una foto, sino un postulado político: ¿estáis observando cómo Podemos ha desaparecido de la foto? Los cambios en el Gobierno en el primer semestre de este año han mermado la visibilidad del socio minoritario y ya no se les distingue como antes. Si tenemos establecido en política, como decía Churchill, que tras unas elecciones “solo importa quién es el ganador; todos los demás son perdedores”, con la misma lógica podemos asentar que en política solo importa lo que se ve, lo que se percibe, porque lo que no se ve, no existe.
Cuando un partido minoritario o bisagra entra a formar parte de un Gobierno de coalición, el riesgo de acabar absorbido por el partido mayoritario siempre existe, porque el electorado acaba premiando al que lidera esas coaliciones, nunca a quien ha prestado sus votos y ha pasado a un segundo plano para garantizar la gobernabilidad. Si se trata, como es el caso, de dos partidos políticos que compiten en el mismo espacio electoral —recordemos, una vez más, que hace solo seis años Podemos pudo superar al PSOE y suplantarlo como fuerza mayoritaria de la izquierda—, el problema se multiplica exponencialmente para el pez pequeño. Al observar esa foto de hace una semana, en la escalinata de la Moncloa, podríamos concluir que el PSOE está fagocitando a Podemos en el Gobierno de coalición porque ya no se les distingue, no se les ve.l
Hasta ahora, Podemos contaba a su favor con dos referencias políticas nítidas para evitar que una imagen como esa del Gobierno de coalición pudiera transmitir la impresión de que solo existe una fuerza política, la socialista. La primera referencia con la que contaba era personal y la segunda, ideológica. La personal se refiere, obviamente, a Pablo Iglesias, sobre cuya imagen se edificó la fuerza política que revolucionó el panorama político español, Podemos. El problema fundamental de los partidos como Podemos que se construyen sobre un hiperliderazgo es que corren el riesgo de desvanecerse, como una montaña de espuma, en el momento en que el líder desaparece.
La cuestión no es solo que se vaya el líder, sino que también desaparece la ‘imagen de marca’ de la organización. Podemos era ‘el Coletas’ y ‘el Coletas’ era Podemos, dicho sea en los términos coloquiales que hicieron de Pablo Iglesias un líder seguido por millones de personas, en su origen, cuando se decidió a crear su propia organización política. La única posibilidad de que un proceso así no acabe dañando seriamente a la organización es que ese líder, durante su estancia al frente del partido, se dedique a construir una sólida infraestructura orgánica, compuesta en su cúpula por otros dirigentes políticos de similar relevancia que puedan tomar el relevo. Pero ya sabemos que Pablo Iglesias, en vez de trabajar por la solidez estructural y orgánica de Podemos, se inclinó por lo contrario y fue apartando de su lado a todos aquellos que gozaban de cierta fama y predicamento en la organización: desde la caída de Íñigo Errejón, que fue el primero, la purga o las deserciones han sido una constante en Podemos.
La consecuencia inevitable de esa política ha sido la ausencia de líderes para la sustitución de Pablo Iglesias, cuando se decidió a abandonar la política. Ninguna de las personas que lo han relevado tiene, ni de lejos, la popularidad de Pablo Iglesias, con lo que será difícil sustituir la imagen de marca. Pero es que, además, la organización pasa abruptamente de un modelo a su contrario: del hiperliderazgo de Iglesias al liderazgo bicéfalo de la candidata ‘in pectore’ de la coalición Unidas Podemos, Yolanda Díaz, y la secretaria general de Podemos, Ione Belarra. Por si fuera poco, entre ellas también está Irene Montero, con un gran peso en la organización y en el Gobierno. Si las bicefalias no suelen acabar bien en política, las tricefalias solo pueden acabar en una sonada bronca…
En todo caso, ciñéndonos a la imagen que se proyecta al exterior en este momento, ¿quién es capaz de distinguir a un miembro de Podemos en la foto de grupo del Consejo de Ministros y Ministras, como se denomina? Antes, la respuesta era inmediata, porque la presencia física de Pablo Iglesias, su inconfundible imagen, evidenciaba la existencia de Podemos, pero en la actualidad es imposible distinguir como referencia a ninguna de las mujeres que están al frente de la organización porque el presidente socialista, Pedro Sánchez, las ha rodeado de iguales, ministras socialistas con perfiles similares.
En la actualidad, es imposible distinguir como referencia a ninguna de las mujeres que están al frente porque Sánchez las ha rodeado de iguales
Si el rasgo principal de Podemos era el del ‘partido morado’, el PSOE lo ha inundado todo del mismo color y ha teñido toda la foto de morado, podríamos decir de forma gráfica. Esa es, justamente, la otra referencia de Podemos que se difumina, la marca feminista, convertida en un elemento fundamental del discurso de la izquierda en este momento. El objetivo político de Pedro Sánchez de arrebatarle a Podemos la bandera feminista es tan evidente que no solo ha diseñado el Gobierno con más mujeres de la historia (14 ministras y ocho ministros), sino que ya ha anunciado que la denominación histórica del Partido Socialista Obrero Español, después de 142 años, se complemente en sus estatutos con el añadido de “partido feminista y ecologista”. Lo que veremos en lo que resta de legislatura, a tenor de esta circunstancia, es una pugna creciente de Podemos por sacar de nuevo la cabeza, y hacerse visible dentro del Gobierno, al mismo tiempo que el PSOE, con su inmensa máquina organizativa, se vuelca en lo contrario, en difuminar la imagen de Podemos y arrebatarle sus banderas. Difuminar o vampirizar, según se vea.