«Cada día que pasa me asombra más que los españoles sigan pensando que en las próximas elecciones generales votarán como hasta ahora en elecciones libres, limpias y democráticas, y no en unas elecciones trucadas a favor del partido socialista y del caudillo Pedro Sánchez». El párrafo es obra de Juan Abreu, escritor cubano afincado en Barcelona, y es copia literal de la entrada correspondiente al miércoles 30 de noviembre de su blog Emanaciones.com. Julio Valdeón, que lo entrevistó para El Mundo el pasado 1 de julio, describe a Abreu como «el pensador sin miedo que convive con el dietarista minucioso, el erotómano libérrimo y el antinacionalista comprometido, todos conjurados en una obra armada en favor de la belleza, la inteligencia y el placer». Huido de la dictadura cubana en 1980 a bordo de un cayuco, Abreu lleva casi tres décadas instalado en Barcelona y convertido en un agudo, incrédulo, mordaz hasta rozar lo cruel, testigo de la realidad catalana y española. Perfecto conocedor de los horrores del castrismo, la de Abreu es una voz profundamente libre y desacomplejada, radicalmente comprometida con la verdad y sin un minuto que perder en pendejadas acomodaticias adosadas a lo políticamente correcto. Emanaciones.com es una ráfaga impetuosa de vida, una manantial de agua fresca, un torrente de ideas regeneradoras. Abreu o la libertad.
Días atrás, el escritor ampliaba sus prevenciones sobre los riesgos que acechan al español acomodaticio ante un personaje como «el caudillo Sánchez». Decía así el 14 de noviembre: «El PSOE de Sánchez se ha compinchado con los etarras, los golpistas tribales antiespañoles catalanes y los castro-chavistas de Podemos para llevar a cabo un golpe de Estado blando (sin sangre y con elecciones) que lo perpetúe en el poder (ya lo dijo el propio Sánchez hace unos días «por muchos años»). El fofo Feijóo no es contrincante para Sánchez. Ayuso, sí. Todos hablan de las próximas elecciones generales como del fin de Sánchez y en consecuencia del fin de la alianza antiespañola que encabeza. Bueno. ¿Qué les hace pensar que un político carente de escrúpulos, que no se ha detenido ante el emputecimiento del Poder Judicial, del CIS, la Fiscalía General y el Ministerio del Interior, que no ha dudado en torcer las leyes para acomodarlas a sus ambiciones de poder (y de dinero, consorte mediante), o en descabezar el CNI o a altos mandos de la Guardia Civil por motivos políticos, se detendrá mansamente ante la manipulación del conteo de votos en las elecciones generales? Ah, sí, me olvidaba, que en España eso no puede pasar. Ya me quedo más tranquilo».
Para seguir hasta el 27, Sánchez necesita ese TC trufado de sectarismo izquierdista. ¿Decidido a quedarse aunque el conteo de votos diga lo contrario?
¿Podemos estar tranquilos los españoles? Desde el 1 de junio de 2018, buena parte de la ciudadanía (incluyendo en ella a esa franja no desdeñable de centroizquierda civilizada refugiada hoy en el silencio) ha ido pasando de la perplejidad al estupor, del estupor a la resignación, de la resignación al miedo. Miedo a las iniciativas que, enfrentado a la posibilidad de perder la poltrona en unas generales, pueda tomar un tipo que no se para en barras a la hora de asegurar su poder saltando por encima de cualquier obstáculo legal. El nombramiento de Juan Carlos Campo y de Laura Díez como nuevos miembros del Constitucional (TC) ha sido la gota que ha colmado el vaso -si es que antes no lo hubieran ya colmado atrocidades como la colocación al frente de la FGE de otra ex ministra de Justicia, pareja de un fiscal expulsado de la carrera judicial por prevaricador, hoy convertido en millonario abogado de narcos- de esa prudente incredulidad que suele desembocar en la rada del miedo. El currículum de los nuevos magistrados es conocido. En el elenco de simpatizantes del socialismo rampante cabe imaginar catedráticos, abogados del foro y hombres de leyes que hubieran podido convenir al mameluco sin rozar el escándalo. Pero no, Sánchez ha elegido como enseña al que mayor alarma social podía provocar, al tipo más contaminado de sectarismo, al que más daño podía causar en términos de calidad institucional. Y lo hace como una provocación meditada, como la demostración de que hago lo que me sale de la entrepierna por encima de normas y convenciones. Por mis cojones, vaya, ¿pasa algo?
Tiene razón Abreu. Un tipo capaz de esto y más, ¿se detendrá mansamente ante la manipulación del conteo de votos en unas generales? Campo y Díez están llamados a componer en el Constitucional, con el futuro presidente, el fiel cancerbero Cándido Conde-Pumpido, la triada infeliz de comisarios del sanchismo encargados de validar leyes que en modo alguno aceptaría un tribunal independiente dispuesto a vigilar el estricto cumplimiento de la carta magna. Leyes que llevan recurridas hace tiempo, y leyes criminales desde el punto de vista de la nación soberana con las que Sánchez tendrá que seguir pagando el peaje debido a nacionalistas, separatistas y bildutarras, caso del referéndum de autodeterminación para Cataluña con el que podríamos toparnos antes incluso de que acabe 2023. Un presidente del Gobierno «normal» a quien le quedara apenas un año de ejercicio, con las próximas generales a la vuelta de la esquina, se abstendría por puras razones de decencia, por simple pudor democrático, de nombramientos como los citados llamados a bloquear el Constitucional con un sesgo ideológico que no se corresponde con el peso electoral de su partido ni con el sesgo de las encuestas. Sánchez no, porque Sánchez no concibe la idea de perder el poder; Sánchez está convencido de gobernar al menos hasta 2027 si no más lejos. Y para seguir hasta el 27 necesita ese TC trufado de sectarismo izquierdista. ¿Decidido a quedarse aunque el conteo de votos diga lo contrario?
Este ya es el reino de la arbitrariedad y la mentira. También del miedo. Miedo lindero con el pánico, como el que sintió el presidente de Aragón, el socialista lamprea Lambán, cuando, bien instruido por un socialista decente como el asturiano Javier Fernández, tuvo el arrojo de decir que a España le iría bastante mejor con otro presidente del Gobierno. Una llamada al orden desde Moncloa y la amenaza de muerte en el inhóspito paredón de un amanecer cualquiera le hicieron cambiar de opinión enseguida, de modo que, postrado de hinojos, se afanó en pedir perdón y aceptar gustoso la penitencia impuesta por el gañán. Parodiando a Borges, «vuestra cobardía y nuestra desidia tienen la culpa de que el mañana y el ayer sean iguales». El país se ha acostumbrado a consentir y a sufrir una tropelía tras otra. Un torrente de mentiras que anega cualquier posibilidad de disidencia tanto en el terreno económico (la celebrada reducción del paro, o el milagro de los panes y los peces de los «fijos discontinuos«) como político (el asalto a la valla de Melilla o la realidad de un crimen que el ministro Marlaska se pasa también por el arco de su delicada entrepierna). «Un régimen cautivo de sus propias mentiras debe falsificar absolutamente todo. Falsifica el pasado, falsifica el presente y también el futuro. Falsifica las estadísticas. Finge no temer nada, finge no fingir nada», Vaclav Havel en ‘The Power of the Powerless’.
El país se ha acostumbrado a consentir y a sufrir una tropelía tras otra. Un torrente de mentiras que anega cualquier posibilidad de disidencia tanto en el terreno económico (la celebrada reducción del paro, o el milagro de los panes y los peces de los «fijos discontinuos») como político
El personaje se comporta como el emperador acostumbrado a decir y hacer lo que le sale de la punta del nabo. El jueves tarde, mientras en el Congreso la banda que le sostiene aprobaba la supresión del delito de sedición, el lechuguino se exhibía en Doñana muy preocupado por el problema de los acuíferos. Ni se molestó en votar la ley más criminal, la que deja a la nación a merced de sus enemigos declarados, de las paridas por su Gobierno. Nuestro caudillo hace lo que le place en todo momento y lugar. Cualquier desafuero le sale gratis. Lo advirtió Reagan: «La historia enseña que las guerras comienzan cuando los Gobiernos consideran que el precio de la agresión es bajo». Y por la mañana, en previsión de que los españoles, vana ensoñación, pudieran echarse al monte dispuestos a impedir tamaño crimen, Moncloa dio publicidad al envío a Su Sanchidad de un sobre pirotécnico que recuerda como dos gotas de agua las famosas balas del triste Marlaska o la «navajita platea» de una ministrina de cuyo nombre no quiero acordarme. Cada vez que se le complican las cosas, sus edecanes abren el cajón y sacan alguna operación de «falsa bandera» con la que distraer la atención del personal. El país se desliza por la cuesta abajo de la dictablanda sin oponer apenas resistencia. «Francia no está decayendo más que otros países europeos», escribía esta semana Michel Houellebecq en Le Figaro, «pero tiene una conciencia excepcionalmente alta de su propio declive». España, no. Los españoles se han tapado ojos, nariz y boca para no ver, oler y gritar mientras la nave se desliza por el tobogán de la infamia.
¿Cómo hemos podido llegar hasta aquí? ¿Cómo hemos consentido tanto? ¿Por qué nos hemos rendido tan mansamente ante semejante bandido? Abreu ha escrito en su diario que «la exacta medida de la rendición española la dio la expulsión del rey de Gerona y el asunto del 25% de español en las escuelas». Tiene razón este cubano que ha probado las hieles del exilio y la crueldad de aquella Barcelona progre de los Jaime Gil de Biedma enamorados todos de Fidel, este cubano visceralmente reñido con la literatura de pitiminí que a diario destilan los culogordos del columnismo hispano: «Los gobiernos y la sociedad española han renunciado a una España de ciudadanos libres e iguales. Tanto la derecha como la izquierda han interiorizado la idea de la superioridad catalana y vasca. La aceptación y normalización de esa fantasía reaccionaria y racista es la prueba del éxito de los nacionalistas catalanes y vascos. Que el rey de España no pueda celebrar un acto donde crea conveniente en su país es una aberración. No acudir a Gerona es inclinar la cabeza ante los enemigos de los españoles libres e iguales. Es una derrota, no sólo de Felipe VI, de todos los ciudadanos españoles. Y en cuanto a andar rogando a los nacionalistas catalanes el 25% de clases de español, ¿a nadie le da vergüenza? Es algo grotesco. El idioma de España es el gran idioma español y debe enseñarse, sin cuotas, en todas las escuelas de España». En efecto, ¿a nadie le da vergüenza? ¿Queda esperanza? Alguien dijo que «no hay arsenal ni arma en el mundo tan formidable como la voluntad y el valor moral de los hombres y mujeres libres». ¿Quedan en España hombres y mujeres libres?