Jorge Vilches-Vozpópuli
La gente está cansada de ese estilo populista y agresivo. Quiere soluciones prácticas a sus problemas cotidianos, no políticos vividores que gesticulan airadamente
Contrasta la soberbia con la que Irene Montero se arroga la voz de todas las mujeres y el desprecio de estas a su partido, sus políticas y su estilo. No se apuren, porque al otro lado, a Vox tampoco le votan las mujeres. Ni siquiera a la única formación que tiene una mujer a su frente: Ciudadanos. La diferencia entre los tres partidos de la nueva política es que solo Unidas Podemos se atribuye la defensa del sexo femenino.
¿Qué falla en el caso de Unidas Podemos? ¿Por qué lo desprecian las mujeres? ¿Cómo es posible que tanto marketing no funcione? En busca de la imagen, los podemitas adoptaron el color morado pensando en apropiarse del feminismo -lo pondré en singular de momento-. Luego, en un alarde de inteligencia comunicativa -léase con ironía-, se llamaron “Unidas”.
Todo esto lo contaron con un lenguaje inclusivo que en realidad es exclusivo porque intenta prohibir que se hable de otra manera. Es la diferencia entre un liberal y un totalitario: el primero no adoctrina ni prohíbe a la gente pensar y hablar como quiera, y el segundo todo lo contrario.
A la mayoría de las mujeres no les gusta Unidas Podemos por razones de peso. La primera es que desprecian a un caudillo que, según dijo él mismo, va de ‘macho alfa’, y es un picaflor paternalista y violento. ¿Cómo olvidar sus whatsapps, sus relaciones amorosas con una solución profesional, o la campaña “vuELve” con una foto suya? Quizá por eso Pablo Iglesias es el líder peor valorado por las mujeres, solo por delante de SantiagoAbascal.
No se puede estar continuamente enojada porque la gente desconecta progresivamente, sobre todo si se mantiene un discurso incoherente
Tampoco gusta Irene Montero. Su violencia verbal y gestual es desagradable para la mayoría. La todavía ministra entiende que la política es conflicto, y lo traslada a su forma de comunicar. Error garrafal. No se puede estar continuamente enojada porque la gente desconecta progresivamente, sobre todo si se mantiene un discurso incoherente y burdo que contrasta con una forma millonaria de vivir. A esto se añade que es muy difícil que a estas alturas alguien crea que Irene Montero ha ascendido en Podemos y en el Gobierno de España por méritos propios, y esta percepción no se la va quitar jamás de encima.
Otro motivo de desprecio de las mujeres es el pequeño mundo en el que se mueve Podemos. Sus diatribas sobre la identidad personal y colectiva fundada en las preferencias sexuales no interesan a la mayoría, sobre todo cuando la práctica del sexo es asunto privado y no importa a nadie.
¿Revolución o subvención?
Aquí no acaba el problema: los podemitas defienden privilegios por el hecho biológico, pero al tiempo, y de forma contradictoria, dicen que ser mujer es una construcción cultural destruible y que depende de la voluntad de la persona. Esto desconcierta al común de las votantes, que ven con claridad que Podemos traduce ‘revolución’ como ‘subvención a los míos’. Loola Pérez lo explica muy bien en “Maldita feminista” (2020): el entramado, la variedad y el cainismo de los feminismos es tal que ha perdido sentido, salvo la subvención y el privilegio legal.
La mayoría de las mujeres ha visto que Podemos no busca una igualdad de sexos, ni de personas, sino beneficios a través de la coacción del Estado sobre la libertad de todos. Se identifica fácilmente con el totalitarismo: sacrificar los derechos individuales, someter las costumbres privadas, el lenguaje, la economía, la educación o la cultura, para construir una sociedad idílica que solo puede dirigir Podemos. ¿Cómo va a gustar a la mayoría imponer una única manera ‘digna’ de ser mujer y de ser hombre?
De ahí que se haya articulado un discurso, con cifras, acerca de la magnificación de la terrible violencia sobre las mujeres en detrimento de otras violencias o muertes, como los suicidios
No solo disgusta esto, sino su propósito de eliminar la presunción de inocencia e invertir la carga de la prueba, como cuenta Guadalupe Sánchez en “Populismo punitivo” (2020). Culpar a los hombres solo por serlo disgusta a las mujeres porque contrasta con su vida cotidiana, con su relación con familiares y amigos. Eso no es percibido como igualdad o justicia, sino todo lo contrario. De ahí que se haya articulado un discurso, con cifras, acerca de la magnificación de la terrible violencia sobre las mujeres en detrimento de otras violencias o muertes, como los suicidios.
El caso es que no hay proyecto político que resista la distancia entre la realidad y las palabras, la vida cotidiana y la imposición totalitaria, la libertad y la impostura. Encajar las teorías ‘transformadoras’ de estos comunistas populistas en la práctica es muy complicado, sobre todo si se demuestran tan pronto contrarias a la lógica y a la vida común.
Grupúsculo iracundo
La gente está cansada de este estilo populista y agresivo. Quiere soluciones prácticas a sus problemas de empleo, educación y sanidad, no políticos vividores que alzan la voz y gesticulan airadamente. Ese cansancio, entre otras cosas, es lo que está haciendo que los partidos de la nueva política se desangren, incluido ese grupúsculo iracundo llamado “Más País”.
¿Qué hará Podemos para contrarrestar este desprecio del voto femenino? Primero, insultar a las que no le dan su confianza al reclamar más ‘pedagogía’ para que entiendan que deben votar a Iglesias, cosa que no pasará. Segundo, regar con subvenciones a supuestas asociaciones de ‘defensa de la mujer’ contra el patriarcado y la violencia de género.
Y tercero, y lo más probable, envolver a su caudillo para que no se vea en el banquillo acusado de revelación de secretos, denuncia falsa y obstrucción a la justicia por esconder “por su bien” el móvil de una “mujer de veintipocos años». Feminismo podemita en todo su esplendor.