- Boric tendrá el desafío de consolidar una nueva estabilidad y dirigir Chile hacia un contrato social más afín con las expectativas ciudadanas.
El triunfo de Gabriel Boric como nuevo presidente de Chile es el último capítulo de la serie de segundas vueltas electorales de infarto. El resultado de un proceso de polarización, como el que ha tenido lugar en muchos otros lugares, y que hace que los resultados sean difíciles de pronosticar.
Aunque en el caso chileno hay particularidades importantes. La primera es que la elección de Boric es el resultado de un proceso político y social que se inició con las movilizaciones estudiantiles del 2011, que enlaza con las movilizaciones sociales de 2019 y que desembocó en el proceso constituyente.
Chile, uno de los países más exitosos en materia de crecimiento económico en América Latina, también es el escenario de un profundo descontento social fruto, entre otras cosas, de la baja calidad de los servicios que recibe una población cuyas aspiraciones de movilidad y bienestar social se ven truncadas.
La segunda tiene que ver con la historia del país y con sus cortes generacionales. Los dos candidatos que llegaron a la segunda vuelta representan versiones radicalmente distintas de la historia de Chile.
«La posibilidad de que llegara al poder un presidente de extrema derecha se convirtió en un miedo común»
La reminiscencia romántica de la dictadura del contrincante José Antonio Kast, votado por el 44% de los electores, revela un sector conservador que apela a las bases de un orden social clásico de marcadas jerarquías y control centralizado.
El de Boric es un modelo marcado por una promesa de cambio y ruptura que ha sido capaz de atraer a una parte del centro, alejándose de la rememoración del pasado para centrarse en las expectativas de cambio, especialmente las de los jóvenes. Entremedias, los partidos de centro que lideraron la transición a la democracia han sufrido un enorme declive.
La tercera es la movilización de los sectores progresistas alrededor de Boric que permitieron auparle en la segunda vuelta. Las numerosas muestras de apoyo de la socialdemocracia, a la que incluso criticó en su campaña, demostraron que la posibilidad de que llegara al poder un presidente de extrema derecha se convirtió en un miedo común, capaz de movilizar sectores dispares, e incluso conseguir una ampliación de la participación electoral que terminaría por definir el resultado.
Bien es cierto que, ante la segunda vuelta, los dos candidatos moderaron su discurso e iniciaron un viaje al centro que intentaba disminuir los miedos que despertaba cada uno. Y está visto que Boric fue más exitoso en el proceso.
«Sus compromisos suponen gestionar la sostenibilidad del modelo extractivo chileno frente a los desafíos del cambio climático»
Los retos que enfrenta el nuevo presidente a partir de marzo de 2022 son numerosos. La nueva constitución no tiene que ser sólo un buen texto, sino el fundamento de un nuevo pacto social más inclusivo y transversal cuando la economía arrastra todavía los quebrantos de la desaceleración y la pandemia.
Su campaña ha creado numerosas expectativas de un programa social fuerte, que tendrá que llevar adelante sin contar con la mayoría parlamentaria. Asimismo, es de esperar que enfrente un control fuerte de su gestión por parte de los medios y de un electorado empoderado en la búsqueda de soluciones.
Sus compromisos suponen gestionar la sostenibilidad del modelo extractivo chileno frente a los desafíos del cambio climático, aprobando entre otras cosas el Acuerdo de Escazú. Asimismo, ha prometido reformar la fiscalidad de este rubro. También ha planteado reformas del sistema sanitario y de pensiones.
Tendrá al mismo tiempo que hacer frente a la agenda del pueblo Mapuche y al reconocimiento efectivo de sus derechos, y al desafío de gestionar la migración venezolana a la que ha prometido dar un trato humano. A pesar de que en campaña optara por un discurso duro en el que tenían cabida las deportaciones masivas.
«El reto de Boric será, justamente, consolidar una nueva estabilidad»
La agenda social debe conjugarse con una agenda regional activa. La región viene consolidando un cambio de signo político en el que el progresismo vuelve a hacerse sitio. Incluso es probable que este cambio llegue a consolidarse con las elecciones de Colombia y Brasil en 2022. Chile desempeña un papel indispensable para el regionalismo latinoamericano. Además de ser uno de los países más desarrollados de la región, posee algunas de las reservas de minerales estratégicos más importantes. Y su relación comercial con China es determinante.
Sería deseable que Boric se demuestre capaz de plantear liderazgos que rompan con algunos factores de tensión regional, como la ambigüedad de la izquierda frente a la dictadura venezolana o el déficit de diálogo sobre la gestión común de la emergencia migratoria y humanitaria de este país.
El mayor riesgo de una victoria electoral de Kast era su potencial desestabilizador (un peligro confirmado en el caso del Brasil de Bolsonaro). El reto de Boric será, justamente, consolidar una nueva estabilidad. Dirigir Chile hacia un contrato social más afín con las expectativas ciudadanas mientras navega en el escenario de tensión internacional que define el futuro de sus activos estratégicos.
*** Érika Rodríguez Pinzón es doctora en Relaciones Internacionales, profesora de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid y coordinadora de América Latina en la Fundación Alternativas.