JORGE BUSTOS-EL MUNDO

El escrache que sufrió el otro día Íñigo Errejón en el barrio de Hortaleza era el cinematográfico cierre que necesitaba aquella película de Fernando León de Aranoa sobre Podemos. El documental épico concluye en epílogo dramático: elegía por un partido moribundo. Si los violinistas del Titanic hubieran sido de extrema izquierda no habrían tocado mejor en el naufragio de Podemos que esos muchachos airados a los que la sedicente fuerza del cambio prometió un futuro que no estaba en disposición de pagarles, básicamente porque la primera condición de la utopía exige que sea incalculable. La segunda, que no pueda morir. Por eso se hunde Podemos pero se mantiene intacta la fantasía obrerista de sus más devotos exvotantes.

La madurez de Errejón ha consistido en tener que encajar a pie de calle –para estos casos Iglesias cuenta con seguridad de Estado a la puerta de la dacha– los feos dicterios que le dedicaron aquella tarde: «Habéis ganado un sillón en el Congreso y habéis dejado tirados a los trabajadores. Además de un carril bici, poemas en los semáforos y un par de gilipolleces más, habéis hecho poco. ¡Traidores, garrapatas, vendeobreros!» El candidato trató de defenderse pero ni pudo ese día ni podrá nunca, porque el registro callejero y adolescente excluye el ámbito institucional y adulto. No le estaban proponiendo reformas: le estaban reclamando la revolución. Le pasaban al cobro la factura impagable del asalto a los cielos. Exactamente lo mismo que los fundadores de Podemos hicieron cuatro años atrás con los socialtraidores del PSOE. Errejón ha recorrido más rápido que otros la distancia que le separaba del político convencional, pero en Hortaleza se reencontró con el Errejón que fue: aquel que montaba escraches a políticos convencionales y no este que los recibe. Y se llevó el mismo disgusto que Dorian Gray cuando topó en el desván con su retrato.

Lenin opina que para cambiar algo tiene que cambiar todo. Lampedusa, en cambio, sabe que para que todo siga como está, es preciso que todo cambie. Podemos nació leninista pero ha terminado lampedusiano: llenaron de color el hemiciclo pero han fracasado en su intento de convertir en sistémicas las quejas específicas: desahucios, recortes, precariedad. Pero su hábitat político no es la reforma sino el milagro, de modo que el votante pierde la fe cuando sus profetas pasan de prometer la renta universal a sacar pecho por reducir la deuda. El melancólico viaje del mito a la razón lo empieza un populista coreado y lo acaba –si lo acaba– un reformista escrachado. Se conjuraron para algo tan bonito como empoderar a la gente, y han debido conformarse con ponerles poemas en los semáforos.