JON JUARISTI – ABC – 16/10/16
· El Nobel de Literatura 2016 avala retrospectivamente el Plan Bolonia.
La editorial Círculo de Tiza acaba de publicar «Leer con riesgo», una colección de ensayos del escritor italiano Alfonso Berardinelli que no tiene desperdicio. Al libro y a su autor los ha presentado en España Luis García Montero, lo que viene a ser como si la Pasionaria hubiera presentado los ensayos de Orwell.
A Berardinelli lo conocí en México, hace treinta años, cuando leía sus poemas en el palacio de Bellas Artes. Me impresionó una alusión suya a Horacio como el poeta que mejor desvelaba las necias esperanzas de la política. Conservamos desde entonces una amistad distante, a través de la profesora Mariapia Lamberti, y nos vimos en Roma, un par de veces, hacia 2002 o 2003. La última, asistiendo los dos a una conferencia de Xavier Pericay en el Instituto Cervantes.
Berardinelli dejó de escribir poesía y abandonó la Universidad (era catedrático de la de Venecia) en 1995. Su decisión de mandar al cuerno la enseñanza superior causó bastante estupor entre los colegas, alguno de los cuales –el escritor Sandro Briosi– se lo reprochó públicamente. Berardinelli le contestó amablemente con una carta abierta en «La Repubblica», en la que, entre otras cosas, le preguntaba: «¿No te resulta extraño y digno de análisis el hecho de que, si permaneces en la Universidad, cualquier cosa que digas, cualquier crítica que hagas, se queda en papel mojado, nadie se da por enterado, no te entrevista nadie, no se ofende ningún colega ni siente la necesidad de responder? Todo se vuelve una bola de nieve únicamente si hablas al marcharte». A mí no me parece tan extraño.
La Universidad es hoy (y ya lo era en 1995) una máquina de hacer titulados en la que entran muchedumbres no cualificadas que salen con patente de corso para trabajar en lo que puedan y les dejen. Lo que pase dentro hace décadas que no le importa a nadie, por más que desde fuera se sospeche que tiene algo que ver con el crimen y con la depravación sexual. Como poco, cabe afirmar cuando se la conoce íntimamente que en ella es donde primero cobraron sentido aquellos versos de Enrique Santos Discépolo sobre el siglo XX: «Todo es igual,/ nada es mejor,/ lo mismo un burro/ que un gran profesor./ No hay aplazaos/ ni escalafón:/ los ignorantes/ nos han igualao».
El alejamiento de la poesía, en Berardinelli, tuvo que ver, como lo confirma en estos ensayos, con una pérdida de la fe en las grandes palabras: «Hoy en día una defensa general de la poesía suena como una defensa apriorística y corporativa de los poetas existentes, independientemente de cómo sean». Lo mismo se puede decir de la literatura en general, defendida corporativamente por los literatos, pero, sobre todo, por los profesores de Literatura.
Como la mayor parte de los estudiantes de Humanidades odia los libros, Berardinelli propone algo muy sensato para salvarlas: «¿por qué no fundar la cultura humanística sobre la música y las artes visuales en lugar de hacerlo sobre la literatura?». La concesión del premio Nobel de Literatura a un cantante de rock avalaría tal propuesta, sin duda. Sólo que ya lo llevamos haciendo hace mucho tiempo en las Universidades públicas españolas. Unos les ponen a sus estudiantes películas de zombies, otros les explican «Juego de Tronos» (en Ciencias Políticas) y otros les echan plastilina.
Yo mismo lleno mis clases de poesía hispánica a treinta y pico chinas que no tienen ni idea de español con audiciones de doña Concha Piquer, Carlos Gardel y Agustín Lara, lo que les procurará un título de máster como aquellos de psicoanalista que, según se decía, ciertas compañías aéreas argentinas regalaban a sus pasajeros trasatlánticos en los años ochenta del pasado siglo, el del tango «Cambalache».
JON JUARISTI – ABC – 16/10/16