Juan Carlos Viloria-El Correo

  • Lo sustancial es conseguir introducir elementos para que la sociedad se enfrente

La polarización, según el diccionario, es el acto de concentrar la atención o el interés general en un tema, una cosa o una persona. Y la polarización se ha convertido en la actividad más determinante en la vida política nacional. Se trata de concentrar la atención del electorado en aspectos que caricaturizan al adversario, que generan reacciones negativas y que van dirigidas más a las emociones que al conocimiento. La polarización es una herramienta diabólica que consigue efectos muy difíciles de alcanzar con los instrumentos clásicos de campaña electoral. En un tiempo se consideraba muy importante ‘el programa’ y la futura acción política que garantizaba votar una sigla o a un candidato. En lenguaje de la calle, ‘las promesas’. Se concedía importancia también al cartel, al lema, a la idea fuerza. Eran influyentes los debates en los medios audiovisuales y las entrevistas de fondo en la prensa escrita. Para qué hablar de la política de alianzas, terreno resbaladizo que normalmente se liquidaba siempre en sentido negativo. Era fundamental decir con quién no se buscarían pactos postelectorales.

Pero el nuevo estilo de algunos políticos ha convertido todo ese ritual en decorado. Sí, hay carteles, hay debates, hay programas, hay candidatos bien iluminados y maquillados para la foto, pero lo sustancial es conseguir introducir en la campaña elementos distorsionantes y negativos para que la sociedad se parta en dos, se enfrente, se polarice. El resultado es doble: movilización y exculpación. Si se logra convencer al público de que el triunfo del adversario en las urnas, por poner un ejemplo extremo, eliminará la sanidad pública, tenemos asegurado que un sector habitualmente poco proactivo en elecciones se movilizará por miedo a ese fantasma.

Complemento de los efectos colaterales de la polarización es la exculpación. La exculpación de un partido, un líder, un candidato al que en buena lógica las urnas deberían pasar factura por promesas no cumplidas, pactos antinatura, prácticas inmorales o presuntamente corruptas y/o delictivas. Si logramos infundir en el cuerpo social la idea de que el otro, la alternativa, traerá los cuatro jinetes del Apocalipsis, todo lo demás, mentiras, incumplimientos, sobornos, cohechos será exculpado.

La polarización circula por todos los conductos pero especialmente en internet, donde se sirven las píldoras previamente fabricadas y lanzadas desde el mitin o desde el despacho. Apuesta por soluciones fáciles a problemas complejos, impide pensar y ,sobre todo, dirige al elector a votar en contra, no a favor. El último efecto, carta a los electores de Sánchez mediante, es la máxima expresión de la polarización: o yo o el caos.