IGNACIO CAMACHO-ABC

  • La bronca interna del Gobierno le ha achicado a Yolanda Díaz el campo al obligarla a decantarse por uno de los bandos

Antes de que Yolanda Díaz fuese la dirigente mejor valorada en casi todas las encuestas ocuparon ese lugar de honor políticos como Rosa Díez o Duran Lleida, cuya facturación electoral fue siempre muy escueta. La tal valoración demoscópica sólo tiene un secreto, que consiste en provocar menos rechazo que el resto o simplemente en que ninguno de los bloques ideológicos habituales perciba un riesgo. Cuando aún era jefe de la oposición y cosechaba batacazo tras batacazo, Rajoy tiró un día de cachaza en Sevilla y dijo que se sentía en ella «muy querido pero no muy votado». Más o menos, eso es lo que sucede con la vicepresidenta, empeñada en hacer un arte del perfil bajo pero incapaz de definir en qué consiste su famoso «espacio» año y medio después de anunciarlo. Tirando de estereotipo podría decirse que abusa del carácter galaico aunque de tanto quedarse en la escalera se le está pudriendo la candidatura –¿a qué?– entre las manos. Y ahora la bronca interna del Gobierno a cuenta del ‘sí es sí’ le ha achicado el campo al obligarla a decantarse, si bien con la boca pequeña, por uno de los bandos.

Porque doña Yolanda, a diferencia de Sánchez, sí votó el martes en el Congreso, y lo hizo en contra de la reforma que pretende corregir el entuerto. O lo que es lo mismo, a favor de que continúe como está la ley perpetrada por Irene Montero. Su aireada vocación de casco azul –«hay que cuidar la coalición»– quedó en el alero al alinearse con la posición intransigente de Podemos, la que sostiene que los jueces que rebajan las penas a los violadores son unos fascistas y que el PSOE les hace el juego porque se muere de miedo. Iglesias le ha apretado las tuercas y la ha sacado de eso que ahora se llama ‘zona de confort’ para llevársela a su terreno por el procedimiento de dinamitar cualquier perímetro intermedio. Se acabó la ambigüedad: ahora todo el mundo sabe quién manda de verdad en el extremo del flanco izquierdo.

La clave del asunto es que el líder real de Podemos ya ha empezado a preparar la resistencia contra el previsible Gobierno de la derecha. Díaz será –o no– el fusible de cabecera de un último intento de reeditar la coalición, y si no cuadran las cuentas su confuso proyecto quedará absorbido en una restructuración de fuerzas pensada para dirigir el postsanchismo mediante una ambiciosa operación estratégica o, en su defecto, organizar la guerra de trincheras. A corto plazo, hasta las elecciones, aún puede servirse de ella siempre que la marque muy de cerca; luego dejará de formar parte de su apuesta salvo que se avenga a un rol de representación subalterna. Lo que ha quedado claro tras la última reyerta es que se ha agotado su margen de independencia. Y que tanto si se inclina hacia Sánchez como si se pliega a Iglesias, no va a pasar de ser una delicada marioneta. Un sofisticado, amable y muy bienquisto títere de polichinela.