REBECA ARGUDO-ABC
- Será necesario tener muy claro de dónde es uno para poder saber, de paso, de dónde no quiere ser. Y por qué motivo
Odio que me pregunten de dónde soy porque me ponen en un aprieto, nunca sé que contestar. ¿Qué quieren saber, exactamente? ¿Dónde nací? ¿Dónde vivo? ¿Dónde me crié? ¿De dónde me siento? ¿Dónde me gusta estar? Porque tengo una respuesta diferente para cada una de esas preguntas. Y si no me afinan en la consulta, no tengo yo muy claro el estar satisfaciendo la curiosidad del que me interpela. Así que, ¿qué significa ‘ser’ de un sitio? Pensaba en eso ahora que León, Zamora y Salamanca quieren independizarse de Castilla. Porque, digo yo, que será necesario tener muy claro de dónde es uno para poder saber, de paso, de dónde no quiere ser. Y por qué motivo.
Pero, claro, si uno sostiene que lo identitario es cosa seria, que el terruño es uno (y es grande y es libre), y que es importantísimo para su ser y su estar algo en lo que no ha intervenido en absoluto, ni su esfuerzo, ni su determinación, ni su elección (puro azar), difícil se antoja afirmar también que no lo es el del otro. Por los mismos motivos. Y ahí tendríamos un primer, y nada despreciable, problema de lindes. Porque hay catalanes para los que Cataluña no es España y otros para los que ‘lo suyo’, además, se extiende del Roselló al Baix Segura y de Requena a l’Alguer; lo que convertiría de facto a un menorquín en catalán, al tiempo que hay zamoranos que no son de Castilla y León porque para ellos su tierra linda con Portugal, con Salamanca, con Valladolid, con León y con Orense, pero sin ser ellos nada de eso (tan poco hermanados con Portugal como con Valladolid).
Así que, con la misma autoridad, podría decidir uno de Granada que pasando de compartir comunidad autónoma con Almería, Jaén, Córdoba, Sevilla, Málaga, Cádiz y Huelva. Y este señor mismo, que vive en Albuñuelas, podría decidir un día, una vez conseguida la independencia de la provincia, que a él ya no le para nadie. Que su patria es más chica y que él nada tiene que ver con, yo qué sé, Motril, Órjiva, Lanjarón o Moraleda de Zafayona. Que sin faltar, oiga. Y luego podría ser su barrio, su calle o su portal. Porque como todo lo militante es, al final, limitante, uno no sabe dónde parar. Y acabaríamos negociando tratados internacionales con el vecino de enfrente, con el del cuarto como intermediario, por discrepancias con el tendal.
No descarto que mi problema con los nacionalismos venga de que el único territorio por el que yo sería capaz de levantarme en armas es por mi mesa (la del fondo, junto a la ventana) en mi bar de siempre. Y tan cómoda me siento, y tan en casa, en Barcelona como en Palma, en Madrid o Valencia, Málaga, Plasencia, Murcia (igual exagero) o San Sebastián.
El caso es que en cada uno de esos sitios se encuentre alguien a quien quiero y yo ya me siento de allí. Polinacionalista soy por déficit de nacionalismo, creo.