Política

EL MUNDO – 14/04/15 – ARCADI ESPADA

· Esta semana se discutió en el Partido Popular sobre el hacer política. Es un viejo asunto. Se acusa al presidente Rajoy, más o menos abiertamente, de refugiarse en un discurso economicista. Él y sus próximos se defienden: la economía es política, subrayan. Y exigen aclaraciones sobre lo que significa en realidad hacer política. Yo también tengo dudas de que la acusación, genéricamente considerada, sea justa. Pero pocas o ninguna de que este vacío de política que sus críticos destacan se proyecta peligrosamente sobre el principal problema no estrictamente económico de España: la deslealtad institucional del gobierno de la Generalidad y su liderazgo del proceso secesionista que desde hace casi tres años perturba la convivencia española. En el desarrollo de ese proceso el Gobierno Rajoy ha exhibido una ausencia de ideas y de autoridad que el 9 de noviembre llegó a colocar al Estado en una situación inconcebible.

La cumbre mediterránea de la Unión Europea que se celebró ayer en Barcelona ha vuelto a evidenciar esta falta de músculo político. En la víspera, el ministro Margallo presentó con su habitual gran pompa el hecho de que el presidente de la Generalidad fuera a abrir la reunión, fiado a que ello sería visto como un gesto de integración. Las ilusiones del ministro duraron hasta que Mas le obsequió con uno de sus habituales pellizcos de monja sobre no sé qué espectrales horizontes europeos esperan a Cataluña. Lo que a su vez obligó a una nueva exhibición del trato debilitante que Rajoy mantiene con la obviedad: «Barcelona es la capital española del Mediterráneo», anunció.

El Gobierno se muestra incapaz de poner a Mas en su sitio –y es el sitio de un desleal, imputado por la Fiscalía de un grave delito de desobediencia–, y además le brinda áureas tribunas para que propague su mensaje. Pero aún hace algo mucho peor: incapacitado para la gran política, la política de la claridad, de la convicción y de la firmeza, envía a su inefable pocero Fernández Díaz a hacer trabajo en las alcantarillas. Así ha sucedido con buena parte de las acusaciones relacionadas con la familia Pujol y así sucede ahora con esa delirante contaminación entre independentismo y yihadismo que el ministro persigue.

Nada hay políticamente más inmoral en España que el proceso de secesión catalán. La obligación del Gobierno es no solo combatirlo sino lograr que siga ocupando en solitario el pódium de la vergüenza. Un trabajo refractario a la bajeza. Político, mal que le pese al cinismo con que se disfraza a menudo la incompetencia.