EL MUNDO – 10/04/16 – ARCADI ESPADA
· Mi liberada: El economista José Luis Feito, al que tildarías de violento capitalista, ha escrito un buen papel sintético sobre la confluencia de los dos populismos españoles: el secesionista y el podémico. Entre sus mayores méritos está el de explicar cómo el populismo arruinaría España y cómo, en cierto modo, la ha arruinado ya: «La intensidad diferencial de la crisis en España, en comparación con la mayoría de otros países de la Ocde obedece en buena parte a que antes de la crisis y en los primeros estadios de la misma se aplicaron medidas como las propuestas por los populistas. (…) Otro tanto se puede decir de las políticas aplicadas por los populistas independentistas en Cataluña, donde de una forma u otra gobiernan desde el primer tripartito, en 2003.
Ya antes de la crisis, y con más intensidad desde la crisis, Cataluña ha registrado déficits públicos y aumentos de su deuda mucho más intensos que la media del resto de CCAA». El economista alude a los mecanismos de propagación de los populismos y cita la capacidad de dramatización de algunos de sus líderes. Pero a su empeño le faltan las líneas justas para que yo intervenga. ¡Bienaventurados los artículos que dejan sitio!
Mi amigo Alfonso Galindo, al que tú calificarías de liberal capital, me invitó este jueves a hablar en Murcia sobre el estado de la verdad. Es fama que la verdad me pone, pero además se trataba de una oportunidad interesante. El público estaba dominado por profesores de instituto dedicados a la Filosofía y solo hay un gremio más escéptico ante la verdad, y su carácter uno, grande y libre, que es el de los periodistas. Durante la conversación animé a los profesores a vencerse y a proveer a los adolescentes de herramientas básicas para la búsqueda de la verdad, fueran un pensamiento estadístico fuerte o el desentrañamiento de las mil falacias del discurso.
Santiago Navajas, del que subrayarías su estética fascistizante, ¡fordiana! y que, a pesar de ser filósofo y escribir (de cine) en los periódicos, practica con la verdad, asintió y dijo: «Para eso ayudaría mucho que la Lógica volviera a los programas». En efecto: como sospecha cualquiera que examine la discusión pública en España, han eliminado la Lógica. Contrariamente a lo que sucede con las opiniones, por supuesto. Las opiniones ocupan el papel que ocupaba el mito en las sociedades preilustradas. Y con idéntica eficacia. Lo único que lamenté del agradable mediodía de Murcia es no haberles puesto a los profesores esta cancioncilla Opinión de mierda que, como dice José Pardina, al que tú llamarías despiadado racionalista, es ya el himno de las redes sociales. Escucha a Los Punsetes, liberada, y no olvides los tercios finales: «La gente está buscando en internet tu opinión de mierda / Todo el mundo quiere conocer tu opinión de mierda / Estás en tu derecho de brindarnos una mierda de opinión».
Las tesis del economista Feito y el estado de la verdad en Murcia toman tierra en la ampliación de programa de la ficcionalización informativa. Los cercados donde hasta ahora el periodismo dejaba la ficción suelta eran el amor, el crimen y el deporte. Hola, El Caso y Marca, por decirlo al modo clásico. No voy a negar las influencias lamentables sobre la psicología colectiva de estas libertades impropias que se ha tomado el periodismo. Pero esas influencias empalidecen ante el último recién llegado a la ficcionalización. La política, naturalmente. La política ha pasado a formar parte destacada de ese género letal «basado en hechos reales». Contra cualquier previsión, ha alcanzado cuotas de share impensables. El precio ha sido la verdad.
En un punto de su papel se asombra el economista Feito de la credulidad de los catalanes: «Les han convencido de que con la independencia tendrían una renta mayor de la que tienen ahora y que, por lo tanto, dispondrían de los ingresos que ahora les quitan [los españoles] más los ingresos adicionales de esa mayor renta, con lo que podrían alcanzar un gasto superior al que ahora efectúan la Generalitat y la Administración Central española en dicho territorio».
A la credulidad catalana podría añadirse la de los millones de votantes del partido Podemos, cuyo adoctrinamiento en la ficción ha requerido de los medios un compromiso intenso, manifestado a veces de forma paradójica. George Lakoff, en una entrada de su blog dedicada a las razones del éxito de Donald Trump, recordaba la tesis central de su elefante: «Cuanto más se discuten las opiniones de Trump en los medios de comunicación, más se activan y más sólidamente se incrustan tanto en la mente de los conservadores incondicionales como en la de los progresistas moderados. Eso ocurre incluso cuando atacas las opiniones de Trump.
El motivo es que la negación de un marco activa ese marco, como señalé en el libro ¡No pienses en un elefante! Ataques o apoyes a Trump, estás ayudando a Trump». En el caso de los populismos la dictadura del marco se apoya en el poderosísimo aliado de la ficción. Una ficción no puede refutarse. Ni tampoco nadie pide cuentas de su veracidad a una ficción. Y ni siquiera es descartable que una parte de los que apoyan al populismo sean perfecta, frívola y cínicamente conscientes de que apoyan una ficción entretenida y devastadora.
Nuestro economista manifiesta, por último, un cierto optimismo cuando cree descubrir la estrategia de los dirigentes populistas respecto de las élites españolas. Cita a un Tkachov, maestro de Lenin: «El primer paso de la revolución ha de ser eliminar las élites [la casta], tarea que se ha de encomendar a la élite [casta] revolucionaria». No es precisa semejante tarea de demolición. La élite española (y no solo la española) está offshore, a veces hasta literalmente en Panamá. La posibilidad de que participe en la protección de la verdad es remota: la élite offshore está perfectamente onshare, sometida a los beneficios de la ficción en la cuota de pantalla. De ahí que, para tu escándalo de orwelliana primaria y sabiendo yo que la verdad es un bien público de lo más precioso, crea que el sistema público no debe desentenderse de su protección. Y sí, tal vez con rango ministerial.
Pero tú sigue ciega tu camino.