Ignacio Camacho-ABC
- Esos vuelos de noche y a escondidas han desenmascarado la enésima mentira del Gobierno que blasonaba de altruista
Una política migratoria puede ser restrictiva u hospitalaria, de rechazo o de acogida; incluso puede no existir como tal y ceñirse a las circunstancias de cada momento sin atenerse a ninguna doctrina. En todo caso siempre resultará antipática, desabrida, porque una nación ha de proteger sus fronteras y cualquier medida en ese sentido implica impedir el paso a gente en situación crítica. Lo que no puede ser es incoherente, mendaz y clandestina, como la de este Gobierno que presumía de talante solidario y altruista y en cuanto se ve apurado rectifica escondiendo sus contradicciones con maniobras subrepticias. La catastrófica gestión del problema canario podía haberla abordado de mil maneras distintas, y todas hubiesen sido más dignas que la de organizar o permitir vuelos a escondidas para trasladar de noche a los migrantes hasta la Península y luego encubrir el embrollo con la habitual colección de mentiras.
Si esos extranjeros, llegados en patera y en teoría indigentes, se han pagado el billete de avión por su cuenta y riesgo, como sostiene el Ejecutivo, han incumplido de forma flagrante las normas de confinamiento. Y si los viajes han sido fletados, las reglas las han quebrantado al menos dos ministerios. Esta hipótesis es mucho más verosímil habida cuenta de que Granada, por ejemplo, tiene cerrado el aeropuerto y ni las autoridades locales ni las regionales tenían la más mínima idea de estos desplazamientos. Antes de eso, Marlaska había esgrimido la imposibilidad de moverlos del archipiélago por un presunto mandato europeo cuya inexistencia también ha acabado por quedar al descubierto. Tampoco es cierto que los viajeros, algunos con pasaporte falso, hayan pasado test de contagio ni que tuviesen estatus de refugiados, lo que obligaría a buscarles alojamiento. No hay una sola verdad, ni media, en este enredo, ni siquiera la excusa del Covid para la suspensión de la cumbre con Marruecos.
La crisis de los cayucos ha sido un fracaso humanitario, político, gestor y diplomático. Un baño de realpolitik para un Gabinete sobrepasado, incompetente hasta para ser consecuente con su propio ideario. Durante varias semanas ha provocado en Canarias un auténtico colapso. Ha desencadenado un claro «efecto llamada» con el que las mafias de tráfico de personas se frotan las manos. Ha cabreado a la Policía, incumplido protocolos y engañado a los ciudadanos; se ha mostrado incapaz de tramitar las devoluciones y en plena pandemia ha puesto a circular por el país a cientos de irregulares sin control sanitario. Y de rebote ha reabierto el agrio debate de la inmigración ilegal y generado en la población un sentimiento de desconcierto y de agravio. Qué lejos quedan ahora los días eufóricos del Aquarius. Y qué cerca la amarga constatación de los estragos que puede causar un grupo de diletantes sentado ante el complejo cuadro de mandos del Estado.