Javier Zarzalejos-El Correo
- Vox le sirve a Sánchez para dos objetivos estratégicos: generar ruido en la oposición y externalizar la confrontación con el PP
La política hace extraños compañeros de cama». El dicho inglés sigue vigente. Días atrás hemos visto a un ministro de Interior, exjuez de la Audiencia Nacional, arremeter contra el PP acusándolo de «banalizar el terrorismo», olvidando que si es ministro es gracias a Bildu. Esta obscena alianza es la más destructiva e indigna de las que se han apoderado de la política española pero ciertamente no la única. Al parecer andan los socialistas contentos en medio del cenagal en el que se encuentran ante la subida que las encuestas atribuyen a Vox. Tanto, que los exegetas de Sánchez aventuran una convocatoria anticipada de elecciones si Vox alcanzara en las encuestas el 20% de voto.
Y, seguramente, los socialistas tienen razón, al menos en depositar sus esperanzas en Vox. Vox es lo que le queda a Sánchez, es su anhelado salvavidas. No solo porque Vox suministra al presidente la munición para exhibirlo como el gran peligro que movilice a sus votantes –si es que eso es ya posible– sino porque Sánchez tiene en esta derechita de pecho hinchado su mejor aliado. Vox no quiere que haya una alternativa real a Sánchez, al menos mientras esa alternativa la lidere el Partido Popular.
Vox mira a LePen, a la Chega portuguesa, a Orbán o a los ultras alemanes de AfD y ese 15% que ha alcanzado en España le sitúa a mucha distancia de sus primos europeos. Son el partido de derecha populista que peor rendimiento ha tenido y es evidente que quiere seguir intentando aquello para lo que nació y no ha conseguido: ocupar el espacio del PP y arrastrar a su electorado hacia ese trampantojo político en que consiste su discurso.
Y a Vox le pasa lo que a los socios de la coalición sanchista, que no ven escenario más provechoso que el que les ofrece un presidente que se desentiende de las reglas de la democracia parlamentaria, que polariza y que él mismo se ha convertido en un actor antisistema. En este entorno, Vox ha prosperado, aunque en medida mucho más limitada de lo que sus expectativas podían hacerle creer.
Vox le sirve a Sánchez para dos objetivos estratégicos: generar ruido en la oposición y externalizar la confrontación con el PP. Hay una parte del electorado de centro derecha que piensa con gran benevolencia que Vox es un aliado del PP, que con diferente intensidad o acentos más marcados en este o en aquel tema, ambos partidos buscan lo mismo y que el entendimiento es su estado natural. La realidad desmiente esta presunción.
Vox dedica sus mayores esfuerzos y sus ataques más acerbos al PP. En los gobiernos autonómicos y municipales del PP donde su apoyo resultaba necesario, Vox ha actuado como una fuerza desestabilizadora, dispuesta a aliarse con los socialistas, abandonando sus escasas responsabilidades en la gestión –mínimas y con desempeño mediocre– y dedicada a la incansable búsqueda de trampas en las que el PP pueda caer. Por eso el compromiso de Alberto Núñez Feijóo de gobernar en solitario y en caso contrario asumir que habría que ir a elecciones contiene un extraordinario valor en tiempos en los que el disfrute del poder es el motor y la coartada para todo tipo de contorsiones ideológicas, volatines morales y engaños argumentales.
El ejemplo de Feijóo debería cundir. Primero, para recordar que la democracia tiene sus reglas y que, por ejemplo, si un gobierno no es capaz de sacar adelante unos presupuestos debe dimitir; para recordar también que no todo vale, que la excusa de la falta de mayorías no habilita para cualquier cosa. Y debería servir para recordar a los que buscan reventar el sistema institucional que tienen también la responsabilidad de decidir y el coste de la decisión.
Vox puede buscar el rédito inmediato de imponer una condición o hacer valer una exigencia a costa de la estabilidad y la credibilidad del Partido Popular y sus gobiernos autonómicos y municipales. Pero el PP, por su parte, deberá marcar los límites de esos hipotéticos acuerdos si fueran necesarios y posibles en la misma forma en que ha formulado Alberto Núñez Feijóo su compromiso. A Vox siempre le quedará la opción alternativa de apoyar para la investidura a un candidato socialista –ya que para ellos PP y PSOE son lo mismo– o abstenerse, o abandonar el Parlamento, o vaya usted a saber qué otra jugada.
En Extremadura, y tal vez en Aragón, se empieza a disputar esa partida que da credibilidad al PP en sus credenciales democráticas e invalida la leyenda del frente de la derecha y la ultraderecha cuando lo que realmente se hace visible es la pinza de Vox y los socialistas, con la que se quiere escribir la continuación por otros medios de este periodo destructivo de la institucionalidad y el tejido cívico.