Editorial-El Correo

  • El presidente del Gobierno tiene el deber de entablar un diálogo sobre estrategias de Estado con el jefe de la oposición que este debe atender

La conversión del conflicto histórico en Oriente Próximo, cuya solución se evapora al sobrecogedor ritmo de la aniquilación de Gaza a manos del ejército israelí y mientras Hamás continúa privando de su libertad a los rehenes judíos, en un ariete más de la polarización política española imposibilita traducir el espanto que suscita a diario la devastación de la Franja en una estrategia de Estado compartida. Un espanto que remueve a una amplísima mayoría de la ciudadanía -el 82% cree que lo que está cometiendo el Gobierno de Netanyahu en Israel es un genocidio, según el barómetro de julio del Real Instituto Elcano- y que el Rey ha encarnado esta semana en Egipto. Allí, Felipe VI denunció el «brutal e inaceptable sufrimiento de Gaza» y reiteró la apuesta española por la configuración de un Estado palestino «viable» que conviva «en paz y seguridad con Israel». Lo primero conecta con el sentir social en el país; lo segundo, con la reivindicación de la solución de las dos soberanías territoriales que los sucesivos gobiernos han defendido, con sus matices y siempre con relaciones con israelíes y palestinos, como eje de la política exterior en uno de los grandes avisperos del mundo. Pero ni esa coincidencia estratégica de fondo, que se mantiene bajo el estruendo de la polémica sobre cómo definir y hasta dónde combatir las atrocidades ordenadas por Netanyahu, sobrevive al pulso partidario.

El presidente del Gobierno puede interpretar que el PP se debate tanto entre sus dos almas -la empática con el padecimiento gazatí y la beligerante con todo lo que amenace a Israel- que acaba distanciándose del amparo que precisa la ciudadanía masacrada. Pero precisamente porque la diplomacia se está jugando en el irrenunciable terreno de los derechos humanos, Sánchez está más obligado que nadie, al frente del Ejecutivo, a eludir cualquier tentación de uso electoralista de semejante tragedia. Y ha tenido el deber en todo este tiempo de entablar un diálogo con el jefe de la oposición -que este ha de atender- que dé cuerpo de Estado a la orientación sobre Oriente Próximo. Lo mismo que en lo referido a la creciente amenaza rusa y el rearme europeo, sobre los que la posición del PP se ha evidenciado más próxima a las demandas que ha de atender Sánchez que la de sus socios a la izquierda. O a la necesidad de hallar una respuesta que dé certidumbre frente a los aranceles de Trump o que permita devolver a una senda identificable el nexo con Marruecos sin abandonar a los saharauis. Porque la política exterior no puede mutar en arma de política interior.