Ignacio Camacho-ABC
- El líder que Sánchez cree ser sabría que la quincalla emocional tipo Paulo Coelho no está a la altura de su propio ego
La unidad, como el diálogo, son términos con muy buena prensa, palabras mágicas como conjuros en la política moderna; pero sin especificar con quién, y sobre todo para qué, se acaban convirtiendo en significantes vacíos, en carcasas retóricas huecas. Eso es lo que ofrece Sánchez a la oposición de centroderecha: una unidad que sea mero asentimiento a sus recetas o, más propiamente, a la ausencia de ellas porque ha decidido evadirse de su propio fracaso contra la pandemia. Lo que propone el presidente -olvidando la hostil tautología del «no es no» con la que hizo carrera- es la unanimidad en el error, la socialización de su incompetencia, la anulación del debate para que su liderazgo resplandezca; bajo el pretexto del patriotismo pide una aclamación victoriosa que lo corone con los laureles de un césar. El gobernante que ha hecho de la división banderiza de los españoles su única estrategia, que ha sembrado la escena pública de trincheras ideológicas morales y se ha aliado con todos los enemigos posibles de la convivencia, reclama de boquilla que se le entregue sin reparos ni objeciones la sumisión de la nación entera. Y en barbecho, sin haberse tomado la molestia de formular antes una mínima propuesta.
Naturalmente se trata de otro truco barato, de uno de esos artificios pirotécnicos que le diseña un gabinete de ocurrencias especializado en afrontar la dirección de los asuntos de Estado con técnicas de publicista becario. Otro marco mental de consumo rápido -qué indigesta puede resultar la lectura de Lakoff en mentes poco entrenadas en el pensamiento abstracto- envuelto en los acordes de un pianista cursi para estrenar el curso con algo de ruido mediático. Una pedrada en el estanque que provoque ondas durante un rato y arranque el bobo aplauso mercenario de un Íbex a la expectativa de contratos. La enésima nadería de la política-simulacro; fast-food para tertulianos, consignas de argumentario, propaganda de todo a cien, postureo inane disfrazado de ingenio táctico.
Pero a estas alturas ya nadie pica en esos cebos. Parece increíble que un tipo tan bregado mantenga la convicción en la eficacia de esa clase de anzuelos más allá de su empleo como mero pretexto para ganar tiempo mientras se pone de acuerdo con sus socios de Gobierno. Cuando se carece de soluciones, cuando faltan ideas, cuando no se tienen proyectos es menester recurrir a la logomaquia abstracta, al trillado manoseo de los grandes conceptos. Sin embargo, aun eso se puede hacer con cierta grandeza, con un poco de talento que evite esa sensación rutinaria y como desganada de emplaste, de farsa, de fingimiento. Sánchez necesita un atrezzo intelectual más ambicioso para estar a la altura de su propio ego. Sabemos que es imposible que sea sincero, pero un líder como el que se cree que es jamás trufaría un discurso con la quincalla emocional de un Paulo Coelho.