PEDRO GARCÍA CUARTANGO-ABC

  • La corrupción del sistema y la desnaturalización de sus fines viene de esa acumulación del mando en unas solas manos

El ritmo frenético de la actualidad dificulta tener una visión de conjunto de lo que está pasando. Como dice el proverbio, los árboles no dejan ver el bosque. Las sucesivas polémicas sobre todo tipo de asuntos y el sectarismo tapan el problema de fondo: la desvinculación de la actividad política de la ética.

Soy consciente de que el enunciado puede sonar pretencioso, pero es obvio que la política ha dejado de ser un instrumento de transformar esa realidad a la que apela Sánchez para convertirse en una técnica para llegar al poder. Los griegos utilizaban la palabra ‘tekné’, origen de la actual, para designar la producción de algo material.

A lo que estamos asistiendo es a una desmedida y obscena lucha por la conquista del poder en la que los aspectos programáticos pasan a segundo plano frente a unos relatos que pretenden seducir al electorado y movilizar el voto. Esto es lo que queda en evidencia de nuevo en la campaña de Galicia.

Sánchez desbancó a Rajoy con una moción de censura que justificó por una regeneración ética de la política. Nadie como el presidente fue tan duro con las puertas giratorias, el tráfico de influencias y la patrimonialización de las instituciones.

Todo esto se ha quedado en nada. Si las prácticas clientelares ya eran generalizadas en los anteriores gobiernos, Sánchez las ha llevado al extremo. Ha puesto el aparato del Estado al servicio del partido y de sus intereses personales, eliminando cualquier consideración de mérito y capacidad para designar a los altos cargos.

Resulta habitual no sólo la rotación de dirigentes socialistas entre la Administración, el sector público y las empresas privadas sino también la utilización de las instituciones, desde la Fiscalía al Consejo de Estado, para blindarse en el poder. Una maquinaria con ajustados engranajes que funciona de arriba a abajo y que concentra las decisiones en una persona.

La corrupción del sistema y la desnaturalización de sus fines viene de esa acumulación del mando en unas solas manos y de la falta de contrapesos que ha supuesto el desmantelamiento de cualquier control interno, sea en las instituciones, sea en el partido, entregado al líder.

Acabamos de ver a la portavoz Pilar Alegría dar un mitin en lugar de rendir cuentas de la acción del Gobierno, a un ministro del Interior que se niega a asumir sus responsabilidades políticas, mientras se negocia en secreto con Junts la amnistía a la vez que se acusa de duplicidad a Feijóo.

Ello tiene mucho que ver con serias carencias éticas y con una concepción de que el fin justifica los medios. Los compromisos no valen nada, la ley es maleable e interpretable, siempre hay una justificación para todo. Marx, Groucho, no Karl, lo resumió a la perfección: «Estos son mis principios, pero, si no le gustan, tengo otros».