Ignacio Varela-El Confidencial
- La primera y única sorpresa de este debate fue que, por primera vez, pareció que estamos en unas elecciones autonómicas de la comunidad y no en un sucedáneo de las generales
Las encuestas de los próximos días no serán muy distintas de las anteriores al debate. Si acaso, veremos inflexiones menores: una consolidación de la ventaja de Ayuso, que, descolgados todos sus rivales, pedalea en solitario, en pos de la difícil —pero no imposible— ambición de alcanzar la cumbre de la mayoría absoluta.
Constaremos el blindaje de Vox en el territorio de la extrema derecha más silvestre, aquel en el que ni siquiera el PP de Ayuso se atreve a penetrar. Quizá veamos un leve avance de Ciudadanos hacia los 160.000 votos que necesitaría para salir vivo del 4-M, aunque me temo que todo será remar para morir en la orilla.
El PSOE proseguirá su melancólico declinar en una campaña indescifrable y mustia, encaminada al peor resultado de su historia en la Comunidad de Madrid. La principal beneficiaria del marchitar socialista será la candidata de Más Madrid, que empezó la campaña mirando con aprensión el aterrizaje de Iglesias y ahora, conjurado el peligro, se permite buscar la yugular del PSOE.
En cuanto a Iglesias, a estas alturas ya debe estar arrepentido del paso que dio: se le suponía llamado a revolucionar la campaña y erigirse en heroico protagonista de un duelo legendario con Ayuso, y ha devenido oscuro actor de reparto, más ocupado en defender su suelo que en alcanzar gloria alguna. Es, sin duda, el juguete roto de estas elecciones.
La primera y única sorpresa de este debate fue que, por primera vez, pareció que estamos en unas elecciones autonómicas de la Comunidad de Madrid y no en un sucedáneo de las generales. Se habló más de los problemas de Madrid en la hora y media que duró la función que en las seis semanas desde que Ayuso se sacó de la manga la convocatoria. De hecho, la presencia del espectro de Sánchez en el debate fue esporádica; lo que no impidió que Gabilondo, adiestrado para ello, se pusiera a exclamar, sin venir a cuento, «¡Yo no soy Sánchez, lo que digo lo digo yo!». ‘Excusatio non petita’.
Todas las miradas estaban puestas en Ayuso, máxima estrella de la función. Cuando llegas a un evento como este con 20 puntos de ventaja sobre el segundo, tienes poco que ganar y mucho que perder si cometes un error fatal. No sucedió, aunque bordeó el peligro. Ayuso hizo dos debates. Entró en la primera parte combativa, embistiendo a todos los trapos, quiso fajarse en la polémica y estuvo a punto de pisar un par de pieles de plátano que le pusieron los rivales, singularmente Iglesias. Tras el descanso, todo cambió. Pasó olímpicamente de sus interlocutores, hizo todas las intervenciones mirando a cámara, adoptó tono presidencial y recuperó la serenidad de quien se siente por encima de la situación. Mientras los otros se cruzaban reproches, ella esperaba tranquilamente su turno y colocaba su píldora a modo de mensaje institucional, como si solo estuvieran ella y su público. El resultado es que salió del trance viva y coleando, y con la ventaja intacta.
Ciudadanos necesita retener al menos a tres de cada 10 de sus votantes de 2019, todos ellos en plena desbandada en su frontera con el PP. Hasta ahora, nadie les había dado ni el asomo de una razón para no cruzarla. Edmundo ensayó una: puesto que va a gobernar el PP, siempre será preferible un Gobierno moderado —y contrastado— con Ciudadanos que un experimento peligroso con la extrema derecha. De paso, ello le sirvió para recordar que su partido ha sido partícipe de un Gobierno que la gran mayoría de sus votantes aprueban, y reclamar su parte del éxito. Así que tomó a Vox como adversario de referencia y ofreció una alternativa digerible a la coalición PP-Vox. No es gran cosa, pero se parece a un plan, algo es algo. No está el ambiente para bisagreos.
Vox ha decidido protegerse de la invasión de Ayuso refugiándose en el manual del lepenismo. Xenofobia obscena con el tema de los menores inmigrantes no acompañados (“Si solo son 269, ¿cómo delinquen tanto?”, se preguntó cínicamente Monasterio). Alerta de seguridad ciudadana en una de las capitales más seguras de Europa, con llamamientos especiales a los barrios obreros. Y negacionismo trumpista a tope respecto a la pandemia. A ese territorio comanche no pueden llegar las fuerzas invasoras del ayusismo sin entrar en zona de grave riesgo político; y malo será no encontrar entre un 7% y un 10% de votantes dispuestos a secundarlo. Un plan de cerrojo defensivo para un partido acostumbrado a jugar al ataque, pero un plan al fin y al cabo.
Mónica García jugó a explotar a fondo la baza de la empatía pandémica. El lado humano de la campaña: una médica —es decir, una heroína— colada en el mundo de los tiburones de la política. Con la evaporación de Errejón de la campaña, nadie diría ya que Más Madrid es una escisión de Podemos. Tiene aspecto de un partido cívico de aroma progresista, amenaza para nadie y una tentación permisible para votantes socialistas a quienes chirrían los desafueros de Sánchez y para algunos podemitas hartos de Iglesias. Mónica García sale de este debate convertida, de hecho, en la verdadera líder de la oposición al Gobierno de Ayuso, muy por encima del desnortado Gabilondo.
El candidato socialista estuvo todo el debate fuera de lugar, como le viene sucediendo desde el principio de la campaña. Es un forastero en esta elección, y se nota que así se siente. Del personaje prestigioso, trasunto de Tierno, que un día se construyó, no quedan ni los restos. Lo que ahora se ve es un tipo desorientado, haciendo de mala gana un patético papel de marioneta de otros, al que se le nota de lejos que cuenta las horas para que esto se acabe y largarse a su casa. En todo el debate no fue capaz de levantar la vista del papel ni de articular una idea que mereciera ser retenida. Este último tramo de la campaña se le va a hacer muy largo al Partido Socialista.
El candidato socialista estuvo todo el debate fuera de lugar, como le viene sucediendo desde el principio de la campaña
El papel de Iglesias resultó sorprendentemente opaco. En cuanto Ayuso dejó de entrarle al trapo, se acabó. Perdida la esperanza de derrotar a Errejón, todo en él transmite rutina y desgana. Otro que está deseando que esto se acabe, una vieja gloria a la edad en que la mayoría de los políticos comienzan su carrera. Solo le falta echar tripa, quién lo ha visto y quién lo ve.
¿Han visto alguna vez un espectáculo de fuegos artificiales en noche de lluvia? El día 4 pasará lo que pase, pero no será por este debate.