Si a la política vasca la dejamos sola y aparte, da para muy poquito. Se erige en otra dimensión cuando a ella se le une el terrorismo: entonces sus protagonistas pasan de caricatos a personajes de tragedia, personajes terribles y temibles, víctimas del drama, muchos que hubieran pasado desapercibidos. Es que la violencia ofrece excelsas sobreactuaciones.
La institución designada por la historia milenaria de este pueblo elegido para alcanzar el fin paradisíaco de decidir nuestro futuro, siempre que éste sea la secesión, lleva cuatro meses en vía muerta y no la echamos en falta. Le prestamos la misma atención que un bilbaíno al Ayuntamiento de Natxitua. El tabernáculo donde está depositado el Plan Ibarretxe no empieza a funcionar debido a las contradicciones entre los que un día decidieron poner a todo un pueblo en marcha por problemas a la hora de repartirse las plateas del poder. EA no deja tener grupo parlamentario a EB, y reglamentariamente tiene toda la razón, aunque ésta lo haya conseguido tras ir en coalición con el PNV, lo que es en todo caso discutible. El PCTV-EHAK se quedó sin presencia en la Mesa del Parlamento aunque tenga más representantes que EA y EB, y el PNV no acaba de tener aseguradas las suficientes adhesiones como para haber procedido a la pronta investidura de Ibarretxe. No damos para nota, pero tenemos tal fantasía que nuestros representantes máximos del País Vasco se sintieron capaces de llevar nuestro plan de secesión nada menos que al Congreso de los Diputados hace cinco meses. La culpa es de los que nos toman tan en serio.
Ahora podemos tener conciencia de lo que da la política vasca. Hace cinco meses estábamos preocupados por despertarnos muchos en el exilio, cuando hoy vemos que en los cuatro siguientes los protagonistas del ensueño soberanista no son capaces de organizarse. Lo cierto es que si a la política vasca la dejamos sola y aparte, da para muy poquito. La política vasca se erige en otra dimensión cuando a ella se le une ETA o el terrorismo, como en momentos del reciente pasado: entonces sus protagonistas pasan de caricatos o payasos a transformarse en personajes de tragedia, en personajes terribles y temibles, y en víctimas del drama muchos que hubieran pasado desapercibidos. Es que la violencia ofrece excelsas sobreactuaciones.
Para colmo, hoy los requeridos por el contencioso del terrorismo no son los políticos vascos. Lo es Zapatero en la encrucijada en la que se ha metido, lo son los portavoces de las víctimas y lo es, casi fuera de la escena, pendiente de dos procesamientos y sin escaño que le afore, el mismo Otegi. Ahora el contencioso terrorista no tiene referencias en la política vasca, está en Madrid después de la revolera de diálogo -si es que ETA deja las armas-, con la que acabó Zapatero la faena del debate sobre el estado de la nación. El contencioso mantiene en el estrellato a otros protagonistas, cuestión que debiera hacer meditar a los que en el pasado usaban el radicalismo y hasta el terrorismo para estar en la apertura de los telediarios. Se va normalizando la situación, pero ésta no era la normalización que buscaba el nacionalismo. Habrá reacción.
Y desde que la mayoría de las formaciones políticas catalanas, salvo el PP, han decidido que Cataluña va a ser una nación (y nosotros sin decidir nada), vamos perdiendo enteros en nuestra diferenciación respecto al resto de España. Una diferenciación que, por absurdo que parezca, es lo que ha permitido reclamar más recursos que otros que son normales.
Estamos perdiendo gas, ya no somos los vascos lo que creíamos ser, como pompas de jabón nuestras pretensiones desaparecen. Viene el verano, los coches van hacia las playas, los pudientes nacionalistas hacia sus residencias en Marbella, los pobres nos quedamos por estos alrededores, que no están nada mal para quienes les tenemos amor patrio, y descaradamente nos consolamos condenándoles por pijos a todos los que se van a Marbella porque a nosotros no nos llega para ir allí. La gente va a entrar en la dinámica del veraneo y de la envidia. Conciencia política no es que tengan mucha los españoles, pero envidia la tiene a raudales, por eso la denominación de Cataluña como «nación» no va a salir. Y no porque no sea un nominalismo, como se le ha tratado de quitar importancia desde el Gobierno, sino porque qué derecho tienen ellos a ser una nación que nosotros no tengamos para ser un imperio.
Eduardo Uriarte, EL PAÍS/PAÍS VASCO, 16/6/2005