Desde su certidumbre moral, para Zapatero no existe el concepto de fracaso en el proceso negociador: «sólo es responsable ETA y su locura». Ciertamente, no hay responsabilidad del Gobierno por las acciones terroristas, pero sí por evaluar mal la realidad creyendo en la voluntad de los etarras, por engañarse y engañarnos y por tratar de modular la Justicia a su conveniencia.
Hará cosa de un par de años, Victoria Prego tituló su crónica sobre un debate parlamentario entre Zapatero y Rajoy con una metáfora muy precisa de la melancólica tarea a la que se ve condenado el líder de la oposición: «Martillear a la nada». La posición del presidente del Gobierno es prácticamente inexpugnable, precisamente porque no tiene ninguna. En estos últimos días no parece tener más iniciativa política que salir con sus portavoces a descalificar en tromba los movimientos de la oposición. Es muy difícil argumentar en contra, porque el pensamiento Zapatero no descansa en argumentos, sino en eslóganes, construcciones de palabras como irisadas pompas de jabón. Los cimientos de su edificio conceptual no son las ideas, sino una incuestionable actitud positiva del líder y sus partidarios, eso que se ha dado en llamar ‘buenismo’ y que el propio Zapatero definió como ‘talante’.
Un vídeo de precampaña encarnaba a la oposición en un cenizo crítico con el optimismo presidencial. Los beneficiarios del canon agrupados en la división cultural convertían la alegría en himno de campaña. ¿Es el optimismo de los gobernantes lo que buscan los gobernados? Parece que un electorado racional debería valorar más el acierto en su toma de decisiones que la jovialidad de su carácter.
Optimismo, talante, alegría, buenismo, son atributos que corresponden al ser, pero nada nos dicen del sujeto y su posición respecto a los problemas. Imaginen el vídeo alternativo, el del optimista: apostó por Kerry y salió Bush, apoyó a Schroeder y ganó la fracasada Merkel, optó por Ségòlene y arrolló Sarkozy; prometió volver al corazón de Europa y Moratinos terminó hablando lingala en las entrañas de África.
«El talante tiene una fuerza inagotable ( ) El futuro es el fin de la violencia», declaró en San Sebastián el sábado entre un recital de frases inanes y homenajes mutuos. «Gracias, por haberlo intentado, José Luis», le dijo Miguel Buen, a lo que el presidente respondió agradeciendo a la sociedad vasca y a los compañeros del PSE «su apoyo, generosidad y valentía en el empeño más noble de cualquier ser humano, ver el final de la violencia en Euskadi, y la paz», tarea en la que «he puesto lo mejor de mí mismo».
Es evidente que a quien pone lo mejor de sí mismo no se le puede pedir más. Lo que pasa es que en ese recetario de frases que definen el ideario de Zapatero por mera yuxtaposición, no cabe la asunción de ninguna responsabilidad. A partir de su certidumbre moral no existe el concepto de fracaso en el proceso negociador, que se empeñó en llamar «de paz», y que ha centrado los tres primeros años de su Gobierno, fracaso del que «sólo es responsable ETA y su locura criminal».
Ciertamente, no cabe pedir responsabilidades al Gobierno por las acciones de los terroristas, pero sí por evaluar mal la realidad y creer en la voluntad de los etarras para dejar las armas sin pago de precio político, por engañarse y engañar a los ciudadanos y por tratar de hacer modular a la Justicia de acuerdo con sus conveniencias políticas en cada momento. La ética de la convicción no puede sustituir a la ética de la responsabilidad, según la distinción relevante que Max Weber acuñó hace ya 90 años.
«Por respeto a los inmigrantes debemos dejarles fuera de la campaña», dijo también el sábado. Durante toda la legislatura ha expresado su convicción de que la oposición no puede ejercer de tal en la política antiterrorista y debe secundar las directrices del Gobierno, sin que éste tenga que pactarlas previamente y sin exigir responsabilidades tras el fracaso. «Por respeto a las víctimas, deberíamos dejar el terrorismo fuera de campaña», sería un eslogan coherente. Tampoco deberían confrontarse ideas para hacer frente a los signos preocupantes que empieza a mostrar la economía española. Ninguna oposición debería exigir cuentas sobre la gestión de ningún Gobierno: no discutamos la política económica por respeto a los parados. Todos hacen lo que saben y lo que pueden para acabar con el paro. ¿Quién podría discutirle a ningún gobernante «haberlo intentado»? Discutir sobre medidas de seguridad vial, ¿sería faltar al respeto a los fallecidos en accidentes de tráfico y al dolor de sus familias? Descartada la idea de dolo, ¿se deben exigir responsabilidades a los gobernantes por sus errores?
No, si aceptamos la norma del presidente Zapatero de endosar sus errores a terceros: a ETA por haberle engañado, a la oposición por oponerse. ¿Quiere esto decir que el PP no se ha equivocado? En absoluto, pero no se pueden comparar los errores del Gobierno con los de la oposición. Estos últimos afectan principalmente a las posibilidades del PP de convertirse en Gobierno. Los del Gobierno, en cambio, afectan a la seguridad, la libertad y el patrimonio de los ciudadanos; son errores que se cometen con el BOE y se pagan con los Presupuestos Generales del Estado. Los pagamos todos, y no sólo con dinero.
Santiago González, EL CORREO, 11/2/2008