EL MUNDO 12/04/14
VÍCTOR DE LA SERNA
· Tras el debate sobre la consulta en el Parlamento
· La lección de parlamentarismo y de constitucionalismo que recibió Artur Mas a través de sus confusos enviados es innegable. Como lo es que para nada resuelve el contencioso catalán.
Varios periódicos planteaban tras el debate posibles salidas del aparente callejón sin salida. Así, El País, en un editorial: «La Constitución no es un muro impenetrable, sino un cauce para que se exprese la voluntad popular. Por esa senda hay que explorar las soluciones. No, desde luego, por la que contribuya a dividir a los catalanes entre nacionalistas y no nacionalistas, ni a separar a los catalanes del resto de los españoles. Dialogar sobre la forma de resolver los desacuerdos es lo más sensato para impedir una división de España». Patxo Unzueta, en las mismas páginas, describía el resultado de la discrepancia de mayorías en los dos parlamentos: «Deben ser los catalanes los que se pronuncien, pero no sobre independencia sí o no, fórmula que no refleja la real pluralidad de opciones, sino sobre el acuerdo al que llegasen sus instituciones con las del Estado. Un acuerdo que según el planteamiento de Rubalcaba podría plantearse en el marco de una reforma constitucional que actualice el pacto territorial recogiendo las aspiraciones del catalanismo compatibles con la lógica autonómica o federal».
Lo que se cruza en la prensa es maximalismo. Del lado catalán, lean a Carlos Elordi en El Periódico, sobre un supuesto Autismo español ante Cataluña: «En las calles y en los bares de Madrid se habla muy poco de la tensión con Cataluña. (…) La pregunta, una vez más, es hacia dónde vamos, en qué puede terminar todo esto. Sea cual sea su opinión al respecto, cualquiera que haya meditado un poco sobre el asunto concluye que la situación es gravísima y que puede empeorar». Y, en La Vanguardia, Francesc-Marc Álvaro reescribía la Historia desde el catastrofismo: «Nos hemos hecho tanto al diálogo que, a veces, ya nos da igual que nos escuchen o no. Eso pasó anteayer en el Congreso de los Diputados y sólo Coscubiela consiguió hacernos conscientes de nuestro drama nacional, cuando detuvo en seco su discurso porque Rajoy y Sáenz de Santamaría estaban hablando por móvil sin hacer caso de lo que decía el diputado catalán. No estamos en el terreno de la mala educación (…). Es una muestra del tipo de cultura política profunda que informa las actitudes de los que hoy gobiernan España: el menosprecio profundo al adversario, el trato del señor al criado, la mirada displicente entre la fatiga y el asco».
En la otra punta, Abel Hernández intuía en La Razón: «Seguramente llevan razón los que plantean (…) una reforma constitucional para resolver de una vez el problema territorial. Sin embargo, la dificultad del acuerdo parece máxima (…). Es verdad que bastaría con que se pusieran de acuerdo, como hicieron anteayer en el Congreso, las principales fuerzas políticas. Pero ¿en qué sentido? Pudiera ser que no precisamente en el de más concesiones y más reconocimiento de singularidades».