Luis Ventoso-El Debate
  • ¿Exceso de trabajo? ¿No llega usted a todo? Ni se preocupe, llame hoy mismo a Sánchez que le enviará a un propio para que le ayude en sus temas particulares

Todavía es posible hacerse famoso, o más o menos, dedicándose a la filosofía. Tal es el caso de Byung-Chul Han, un surcoreano afincado en Alemania, que peina 66 años, se ha convertido al catolicismo y gasta una pinta a lo Bono en la primera época de U2. Para unos es un fenómeno, capaz de alertar de manera visionaria sobre los males de nuestro tiempo en unos sucintos libritos. Para otros tiene poco calado y da vueltas una y otra vez a la noria de unas ideas sencillas, que barniza con pinceladas de palabrería abstrusa.

En 2010 publicó su exitosa obra La Sociedad del cansancio, que se lee en un par de horas. Allí explica que antes estábamos en la sociedad de la disciplina, donde éramos obligados a hacer cosas. Pero ahora hemos pasado a otra, la del rendimiento, donde somos nosotros mismos los que nos autoesclavizamos, imponiéndonos tareas sin cuento. Tanta autoexigencia acaba provocando déficit de atención, neurosis y hasta un agotamiento absoluto. Hemos caído en una sociedad del cansancio, cuyo precio es dejar de disfrutar de la vida. Lo que viene a decir Byung-Chul Han es que estamos más quemados que la pipa de un indio. No sé si el pensador habrá reparado en el impresionante nivel de entrega de los currantes europeos, cuya ínfima productividad contradice un poquillo su tesis —por lo demás muy interesante— de que trabajamos tanto que caemos en lo patológico.

De cualquier modo, es cierto que en la sociedad actual, acelerada por la instantaneidad de lo digital, todos vamos con la lengua de fuera. Las tareas se acumulan, el teléfono introduce el trabajo hasta en el lecho y el cuarto de baño, los momentos para la convivencia familiar se acortan. Hasta los niños son sometidos por sus padres a una tiránica agenda hiperactiva, que los ata y los deja sin tiempo para jugar de manera anárquica y aburrirse, con lo que se eliminan terrenos donde germina la creatividad.

Un buen estadista no solo está en lo inmediato, tiene también presentes las corrientes profundas de la sociedad en la que vive y actúa en consecuencia. Por fortuna, en España contamos con uno de esos líderes que aplican luces largas: el presidente Sánchez Pérez. ¿Estás quemado? ¿Sientes que eres incapaz de llegar a todo? ¿Te sientes desbordado y necesitarías días de 30 horas? No te preocupes. Puedes contar con ayuda del Gobierno de la «coalición progresista». Es tan sencillo como dirigirte al Palacio de la Moncloa y solicitar «un asesor personal con cargo al erario del Estado». De inmediato alguien de Presidencia, tal vez incluso el mismísimo presidente Sánchez Pérez, se pondrá en contacto contigo y te asignará un funcionario para que te ayude con tus cosas particulares. Este proyecto inclusivo, que supone un enorme avance en los derechos del «escudo social», ha sido testado ya mediante una exitosa prueba piloto con la mujer y el hermano del presidente.

Bego estaba desbordada con el papeleo de sus negocietes y con sus llamadas pidiendo pasta para la cátedra extraordinaria. Así que Pedro le asignó una funcionaria de Moncloa para que la ayudase con sus temas particulares. Todo se volvió más llevadero con este escudo social y Bego logró patrocinar sin despeinarse un software para la Complu que luego puso a su nombre.

Imagínense ahora lo del bueno de David, un alma de exquisita sensibilidad, solo allá, en Badajoz, tras el dedazo enchufatorio. Los días se le hacían eternos, deambulando por ahí sin presentarse jamás a currar en su despacho. Cualquiera puede caer en la depre en una situación así. Pero de nuevo actuó el escudo social. El presidente Sánchez Pérez le envió a un asesor de la Moncloa de nivel 30 para que lo asistiese en Badajoz. La cosa se organizó tan bien que el funcionario y el maestro Azagra ya planeaban el tema extremeño antes de que le fuese asignada la plaza en la Diputación gobernada por el PSOE. Pero no me sean mal pensados, no hubo enchufe alguno. Son casualidades.

En resumen: tenemos un presidente que utiliza funcionarios a su cargo para los asuntos particulares de sus familiares. ¿Y qué pasa? Nada. En las televisiones dominantes la noticia ni aparece y la oposición es manifiestamente mejorable (o más mala que una bocata de tofu). Conclusión: un caso que en cualquier otro lugar le costaría el cargo al mandatario aquí apenas existe. Ponga un funcionario de la Moncloa en su vida, lo más normal del mundo.