EL CORREO 12/07/14
KEPA AULESTIA
· El PP ha decidido apropiarse de la regeneración democrática y de la escena pública encelándose con Podemos, ahora que el PSOE parece ausente
La idea de la regeneración democrática reapareció, como con desgana, en la intervención del presidente Rajoy del pasado 30 de junio ante la comisión ejecutiva de su partido. El transcurso de los días ha demostrado que el PP se toma muy en serio la cosa. Es decir, que está resuelto a apropiarse en exclusiva del concepto, convirtiéndolo en un ‘valor ómnibus’, en la etiqueta común de cuanto diga y haga en materia de transparencia, de cambios en las administraciones públicas, como en su particular combate contra «los extremismos y los populismos», por emplear las palabras de la vicepresidenta Sáenz de Santamaría.
El real decreto, también ‘ómnibus’, convalidado el pasado jueves en el Congreso para promulgar la modificación de 26 leyes y la adopción de una cincuentena de medidas sin posibilidad de enmiendas ni un debate parlamentario que mereciera tal nombre forma, también, parte de la regeneración democrática. Porque ninguna menudencia procedimental detendrá la acción de un Gobierno que cuenta con mayoría absoluta, cuando de lo que se trata es de reactivar la economía y fomentar el empleo entre jóvenes que no pueden esperar esos lentos trámites en que se entretiene el poder legislativo.
Todo cuanto emprenda el PP llevará en adelante el etiquetado correspondiente de la regeneración democrática. Aunque quizá Rajoy se precipitara en avanzar la idea de la elección directa de los alcaldes –en su versión de respetar la lista más votada–, lo que ha suscitado la reacción de quienes ven en la iniciativa un intento por evitar imprevistos tras los comicios locales de la próxima primavera. Del mismo modo que la propuesta de Floriano de consensuar entre los partidos en qué momento procesal un cargo público debiera dejar de serlo, solo podría abrirse paso si el PP se muestra capaz de aplicar un código ético propio al respecto. Pero no importa, porque en dos días los populares han encontrado lo que les faltaba: un adversario político en forma de enemigo, llamado Podemos, contra el que batallar para dar una dimensión verdaderamente épica a su empeño por la regeneración democrática. Entre el jueves y el viernes una docena de significados dirigentes del PP la emprendieron con Podemos como si siguieran una consigna. La mayoría lo hizo en la matinal de ayer de la ‘escuela de verano’. Porque la lucha contra el extremismo populista es el envoltorio que necesitaba el PP para dotar de significado propio a la regeneración democrática.
No es casual que esto haya sucedido en un momento en el que el PSOE parece ausente, ensimismado, aunque sus dirigentes y militantes hagan ver que están disfrutando de la liturgia interna y los candidatos a la secretaría general muestren a diario su entusiasmo por una experiencia inédita en los 135 años de historia socialista. Hasta anteayer Podemos aparecía como un factor que acomplejaba a los socialistas, según sus detractores. Desde el jueves la formación que lidera Pablo Iglesias se ha convertido en la excusa perfecta para que el Partido Popular se jacte de no tener complejos. Qué estrategia política podría ser más rentable para los populares que la impostación de sus mensajes contra el populismo extremista de izquierdas.
El adversario convertido en enemigo reactiva a los propios y, además, saca de escena a los socialistas, obligados a terciar, desde su retiro, acusando a los populares de exageración y maniqueísmo. Qué antídoto podría resultar más eficaz para el PP ante el riesgo de perder alcaldías a manos de unos u otros acuerdos de izquierdas que demonizar la marca bajo cuyos auspicios podría removerse el suelo de algunos municipios y autonomías.
El Partido Popular se siente con derecho a apropiarse del ‘regeneracionismo’ porque la decadencia que padece España le es completamente ajena, se extiende fuera de sus dominios partidarios. Pertenece si acaso a antes de que Rajoy llegase a La Moncloa –argumento con el que Sáenz de Santamaría se quitó ayer de encima cualquier responsabilidad sobre el posible falseamiento de las cuentas públicas en la Comunidad Valenciana–. La corrupción y el descrédito de las instituciones constituyen un problema tan aborrecible como etéreo, personalizado en unos cuantos aprovechados –como Jaume Matas– ante los que ahora hay que fijar controles si se ven «riesgos de corrupción». La fuerza disgregadora que representan las autonomías ha de contar con un factor corrector y de tutela permanente en las instituciones centrales del Estado a base de leyes básicas y recursos al Constitucional. Las serias dificultades que atraviesan tantas familias representa un problema circunstancial que no puede nublar la vista de los responsables públicos, aunque dentro de cinco años la media de paro española se sitúe en un 20%, según el FMI. Pero España cuenta con una ventaja, que es un partido y un Gobierno que siempre saben lo que tienen que hacer.
El Partido Popular puede apropiarse de la idea de regeneración democrática retorciéndola a conveniencia porque, cuando comenzaba a balbucear su propia autocrítica de puertas adentro ante la preocupación de muchos de sus dirigentes por sus resultados en las europeas del pasado 25 de mayo, va y descubre que de repente se ha quedado solo en el escenario público. Solo y con Podemos revoloteando por ahí, mientras Sánchez, Madina y Tapias ultiman sus bolos. No hay nada que debatir.
Se trata de rearmarse ante el enemigo, y de repetir hasta la saciedad que España, de la mano del PP, no solo se está recuperando económicamente sino que se está regenerando moralmente. ¿Hay alguien en condiciones de discutírselo? Sí, claro, toda la oposición. De ahí que la dialéctica lanzada con respecto a Podemos trate de acallar todos los demás ruidos. Ello mientras los socialistas se debaten sobre si celebrarán o no primarias en noviembre.