JOSÉ MARÍA CARRASCAL – ABC – 02/01/17
· Es flor de un día. Dura lo que duran el encanto o el cabreo, que no pueden ser eternos.
Ha tenido que estallarnos en la cara para que nos diéramos cuenta de él. Que el populismo haya sido la palabra (y el hecho) más popular de 2016 no es casualidad, ni tampoco nuevo. Se remonta a la antigua Grecia, a Atenas concretamente, pues el resto eran autocracias. Los atenienses lo llamaban demagogia y consistía, más que en un «gobierno del pueblo», en un gobierno de los demagogos, gobierno de los que dicen y prometen al pueblo lo que quiere oír, aunque sea inalcanzable. Lo curioso, aunque no casual, es que el último brote de populismo haya empezado en Grecia, con Tsipras, que prometió lo imposible, no pudo cumplirlo, y ya ven ustedes cómo están. Desde allí se extendió a todo el mundo, incluidos los Estados Unidos, donde el próximo día 20 empieza el experimento.
Ortega tiene uno de sus más lacerantes artículos al hablar de estos ejemplares de la fauna humana «que nacen y mueren con la circunstancia», a los que compara con «esos dioses aventureros de las mitologías decadentes que, bajo figuras siempre nuevas, verifican sus epifanías» y con «esos pícaros de la novela castellana que ejercen un oficio en cada capítulo», contraponiéndolo al «hombre de convicciones, meditativo e inclinado a la severidad intelectual». Parece estar describiendo a Ernesto Laclau, padre de la nueva hornada de demagogos, cuyo discurso lleno de frases hechas, halagos a la mayoría, resentimiento, odio, envidia, han copiado todos ellos con más o menos suerte.
Pues la demagogia o populismo, tanto de izquierda como de derecha, tiene su punto flaco en su misma condición: la temporalidad. Dirigiéndose al instinto más que a la inteligencia, ofreciendo «soluciones sencillas para los problemas complicados», como hoy lo definen, apelando a la posverdad en vez de a la verdad, es flor de un día, todo lo más de una temporada. Dura lo que duran el encanto o el cabreo, que no pueden ser eternos. Y se apaga totalmente al chocar con la realidad, cuyo contraste no resiste.
Ocurrió ya en la vieja Atenas: cuando la democracia devenía en demagogia, creando un desorden más o menos grave, los atenienses echaban mano de un ciudadano de mano dura y principios firmes, que podía ser de izquierdas o de derechas, para acabar con el desbarajuste. ¿Cómo lo llamaban? «Tirano», primer nombre del «dictador». Hasta volver al orden y a la democracia. Y puede que el mayor acierto de Rajoy haya sido dejarles gobernar en las grandes ciudades, donde no pueden causar tanto daño como en el Estado, para mostrar lo que verdaderamente son.
¿Estamos recorriendo, veintitantos siglos después, el mismo camino? No me atrevería a asegurarlo. Primero, porque aún no sabemos cómo vamos a salir del apuro en que aún nos encontramos; y luego, porque lo que ocurría en una ciudad relativamente pequeña no puede trasladarse sin más a la escena global en la que hoy nos movemos. Pero como la historia se repite, según Marx, primero como tragedia, luego como comedia, puede que hayamos iniciado la vuelta a la normalidad. Aunque nos falte todavía bastante hasta recobrarla.
JOSÉ MARÍA CARRASCAL – ABC – 02/01/17